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Actualizado: 10 de julio de 2025
En fuerza de imaginar luctuosas peripecias, el pecho se le colmaba de impulsos vehementes, a manera de necesidad perentoria de acción, y acción cruel. Era menester que se libertase de aquellas ansias agresivas, que cada día le hostigaban con redoblada tenacidad, o, de lo contrario, perdería en una mala hora la cabeza y haría una barbaridad.
Calculaba él, con aquella frivolidad afectada y natural al mismo tiempo de materialista práctico, calculaba que allá para el invierno él se sentiría fuerte como un roble y la Regenta estaría suave y dócil como una malva. Además, una barbaridad podía, si no echarlo todo a perder, retrasar las cosas, darles un giro menos picante y sabroso que el que llevaban.
Verdad que por el decoro debido a la sociedad, hago que me espanto, y digo: «¡Qué barbaridad, hombre, qué barbaridad!». Pero en mi interior me río y digo: «ande el mundo y crezca la especie, que para eso estamos...». Todo esto le pareció a Fortunata muy peregrino cuando lo oyó por primera vez; pero a la segunda, encontrolo conforme con algo que ella había pensado. ¿Pero no sería un disparate?
Y lo peor era que no había ido a almorzar, ni se sabía su paradero... «Tenemos que dar parte a la policía, para evitar que haga cualquier barbaridad. Yo pensé que habría venido aquí, y corrí desolada... ¿Dónde demonios estará? Ballester, por Dios, averígüelo usted y sáqueme de este conflicto.
El balcón de Europa, Manuela, no lo dude usted. El señor Cuadros, después de soltar esta barbaridad, miró a su mujer, que, como siempre, le admiraba. Mientras tanto, las niñas de la casa, las de López y «las magistradas» paseaban por el jardincillo con Rafael, que hablaba de su amigo Roberto, a quien estaba esperando.
Sí, niña... ¿no ves que confieso con él?... No había más remedio... Le dije: «Mire, D. Narciso... no se ofenda usted... pero yo, viéndoles a usted y a Obdulia jugar en el jardín, tengo sospechas... se me ocurren malos pensamientos.» ¡Ave María, qué barbaridad! ¿Y qué dijo él? Se puso todo sofocado... ¡Uf!
El llamado Pater afectaba cierto magisterio episcopal con los otros dos; les reprendía cuando decían alguna barbaridad y les daba buenos consejos, profesando el principio de que todo era tolerable cuando se trataba en broma.
Y el ingreso también... Lo mismo haré yo, es decir, lo he hecho; pero no me ha valido, crea usted, amiga de mi alma, que no me ha valido. Teniendo renta segura, el toque está en acomodar las entradas a las salidas, y no extralimitarse... Por Dios, querido Ponte, no hagamos otra vez la barbaridad de reírnos del balance y de la... Ahora reconozco que Trujillo tiene razón.
Antes de arreglarse había almorzado precipitadamente, con poca gana, porque no le gustaban visitas tan serias, ni sabía lo que en ellas había de decir. La idea de soltar alguna barbaridad o de no responder derechamente a lo que se le preguntara, le quitó el apetito... Y bien mirado, ¿qué necesidad tenía ella de visitas de curas?
Yo creo que va muerta dijo Obdulia ; ¡qué pálida! ¡qué parada! parece de escayola. Yo creo que va muerta de vergüenza dijo al oído de la Marquesa, Visita. Doña Rufina suspiraba con aires de compasión. Y advirtió: Lo de ir descalza ha sido una barbaridad. Va a estar en cama ocho días con los pies hechos migas.
Palabra del Dia
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