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Actualizado: 13 de mayo de 2025
No olvidaré nunca la primera noche que pasamos, amarrado el buque a la costa. Aún no habíamos llegado a la región del Magdalena, donde, bajo un calor insoportable, los mosquitos hacen su temida aparición. Una fresca brisa, en la que creíamos sentir ya tenuamente las emanaciones del Océano, corría sobre las aguas del río, rozando su superficie, que jugueteaba bajo el blanco clarear de la luna.
Había creído reconocerla de espaldas el día anterior, y ahora estaba seguro de que hubiera seguido adelante con indiferencia al verla de frente. En realidad, ¿era la misma que acompañaban los dos oficiales ingleses?... Parecía mucho más alta que la otra, con una delgadez que hacía clarear su cutis, dándole una transparencia enfermiza.
Hasta mañana... no, hasta luego. Se alejaba algunos pasos ribazo arriba, y volvía de repente buscando los brazos de su amante. Otro, príncipe mío... el último. Era la eterna despedida de amor; arrancarse con nervioso impulso de los brazos para volver al momento con la angustia de la separación. Comenzaba a clarear el día.
Al llegar a Zugarramurdi, comenzaba a clarear. Sobre el pueblo, las cimas del monte, blancas y pulidas por la lluvia, brillaban con los primeros rayos del sol. Martín tomó el sendero que bordea un torrente. Una capa de arcilla humedecida cubría el camino, por el cual los caballos y los hombres se resbalaban.
Sí, sí, pasad por allí una noche obscura dijo el señor Macey parpadeando misteriosamente los ojos , y después haced creer, si queréis, que no habéis visto luces en las caballerizas y que no habéis oído el piafar de los caballos ni el chasquear del látigo, ni aullidos, cuando empieza a clarear el día.
Sentí anhelo infinito de que aquel amor que llenaba mi alma fuese el último de mi vida; deseo firmísimo de vivir sólo para Angelina, sólo para ella; deseo vehemente de ser bueno para merecer el amor de la modesta niña; para gozar, como de cosa propia, de la hermosura de aquel cielo tachonado de luceros, de las mil y mil bellezas que la noche tenía cubiertas con sus velos, y que dentro de breves horas, al clarear el alba, aparecerían en toda su magnificencia; que sólo a condición de ser bueno me sería dable gozar del supremo espectáculo de la naturaleza, de modo que se me revelaran todos sus encantos, y no fueran arcanos para mí la dulce melancolía de una tarde de otoño, ni la risueña alegría de una alborada de Mayo, ni la serenidad abrasadora de un día canicular, ni la terrífica majestad de la tormenta, cuando, desatada en las alturas, incendia con cárdenos fulgores las cumbres de la sierra.
Algo hacía en verdad, mas era en gran parte pura farsa; y cuando le preguntaban si iban bien los negocios, respondía en el tono de comerciante ladino que no quiere dejar clarear sus pingües ganancias: «Hombre, nos vamos defendiendo; no hay queja... Este mes he colocado lo menos treinta chicos... como no hayan sido cuarenta...». Vivía Plácido en la Cava de San Miguel.
Así es, que, cuando miraba yo mi espíritu por el lado de mi profundo dolor de viuda, veía lúgubre y tristísima noche; pero, al mismo tiempo, por el lado contrario, empezaba a clarear, como cuando por el Oriente nace el alba, y hasta pensaba oír yo el leve susurro del viento matutino y allá más lejos el melodioso canto de los pájaros.
La jorobada y un su hermano, también algo cargado de espaldas, entraban con las manos de papel, y dando brazadas por entre las mesas del centro, iban alargando periódicos a todo el que los pedía. Poco después empezaba a clarear la concurrencia; algunos se iban al teatro, y las peñas de estudiantes se disolvían, porque hay muchos que se van a estudiar temprano.
Aún no llegaba el día, no spuntaba il dolce albor de la canción de Hans Sachs, pero se adivinaba que de un momento a otro comenzaría a clarear en el cielo la faja sonrosada del amanecer. Rafael hacía esfuerzos para llegar cuanto antes, animado por la voz de Leonora, que marcaba el compás a los remos. Su canto sonoro parecía despertar la campiña. En una alquería se iluminaba una ventana.
Palabra del Dia
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