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Compárola a una hermosa llama que alumbra y vivifica una inteligencia cuando se la alimenta con discreción; pero si se le da mucho combustible, se trueca en una fogata que incendia la casa, y los incendios no dejan tras de más que escorias y cenizas. Trataré, señor cura, de gobernar con tino la llama; pero os aseguro que me gustan mucho las fogatas.

Desaparecen como si la tierra las hubiera sepultado, perdiéndose el rastro de los núcleos más importantes, en los caminos, y de tarde en tarde un grupo incendia un indefenso poblado, ó asalta una cantina; salen las tropas en su persecución y siguiendo la huella que sus caballos dejan en el lodo, llegan por lo regular á un lugar donde esas huellas se multiplican tomando distintas direcciones, y dejan indeciso y sin saber qué rumbo tomar al jefe de la columna.

Sentí anhelo infinito de que aquel amor que llenaba mi alma fuese el último de mi vida; deseo firmísimo de vivir sólo para Angelina, sólo para ella; deseo vehemente de ser bueno para merecer el amor de la modesta niña; para gozar, como de cosa propia, de la hermosura de aquel cielo tachonado de luceros, de las mil y mil bellezas que la noche tenía cubiertas con sus velos, y que dentro de breves horas, al clarear el alba, aparecerían en toda su magnificencia; que sólo a condición de ser bueno me sería dable gozar del supremo espectáculo de la naturaleza, de modo que se me revelaran todos sus encantos, y no fueran arcanos para la dulce melancolía de una tarde de otoño, ni la risueña alegría de una alborada de Mayo, ni la serenidad abrasadora de un día canicular, ni la terrífica majestad de la tormenta, cuando, desatada en las alturas, incendia con cárdenos fulgores las cumbres de la sierra.

Los dos amigos, acodados en la borda, sintieron de pronto a sus espaldas un estrépito de sillas removidas, puertas abiertas de golpe, precipitadas carreras, suspiros de pechos comprimidos, algo semejante a la fuga pavorosa del público en un local que se incendia. La misa había terminado y las señoras corrían a sus camarotes para cambiar de ropas y reparar el desorden de sus rostros.

Inunda los países de sangre, pasa los pueblos á cuchillo, incendia las ciudades, mata, destruye, roba.... Esto no impedirá que los poetas te celebren y los historiadores perpetúen tus hazañas más que si fueses un benefactor de la humanidad.

Claro está que para el que lleva en su alma el germen de los pensamientos livianos, la levadura del vicio, cada una de las impresiones que Pepita produce puede ser como el golpe del eslabón que hiere el pedernal y que hace brotar la chispa que todo lo incendia y devora; pero, yendo prevenido contra este peligro, y reparándome y cubriéndome bien con el escudo de la prudencia cristiana, no encuentro que tenga yo nada que recelar.

Inmediatamente busca á Doña Leonor; la cuenta con indiferencia el triste suceso, como si no pudiera interesar en lo más mínimo á la desdichada, y, al terminar su narración, le hunde un puñal en el pecho. Después incendia su casa; y, cuando el cadáver de su esposa es devorado completamente por las llamas, refiere á sus amigos que no ha podido salvarla del incendio, á pesar de todos sus esfuerzos.