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Actualizado: 4 de mayo de 2025
Los médicos habían amenazado al P. Enrique hasta con la muerte si volvía a Filipinas antes de hallarse completamente repuesto. La permanencia, pues, del P. Enrique en Villafría, había de ser de dos o tres años.
Dos médicos tenía á sus órdenes en el hospital de Gallarta, pero aquel día estaban ausentes: el uno en Bilbao con licencia; el otro en Galdames desde la noche anterior, para curar á varios mineros heridos por una explosión de dinamita.
Los trabajos del doctor Kournet, de Kussmann, de Huette, de Glower, Ozanam y otros han descubierto en él mucha actividad. Giacomini, que invitaba á los médicos á estudiar su accion en el hombre sano, se limitó á referir algunos de sus efectos tóxicos, que en todos ó casi todos los medicamentos se reducen á desórdenes gástricos y á efectos eliminadores que oscurecen su accion especial.
Ninguno de los médicos había dado a la madre la menor esperanza. A sus preguntas contestaban con palabras que nada prometían; pero apenas estaban fuera de la alcoba, meneaban la cabeza con triste expresión, como afirmando que nada les quedaba que hacer allí. En medio de su dolor, la obsesionaba una idea cruel. Recordaba el terrible momento en que Juanito había caído inerte al conocer su ruina.
Después de esto, don José siguió preguntando a los médicos que habían hecho la cura en la plaza. Pasado su primer aturdimiento, mostrábanse éstos más optimistas.
En suma, el P. Jacinto era un gran médico de almas, aunque duro y feroz á veces en los remedios. Gustaba de aplicarlos heroicos, como suelen hacer los demás médicos de los lugares, que tal vez recetan á un hombre el medicamento que convendría recetar á un caballo.
Más tarde, fatigado y quebrantadísimo por sus trabajos, cedió al consejo y mandato de médicos y confesores, y se cuidó y no abusó.
Si yo hubiese podido prevenirlo, no creo que él tomase la resolución heroica de privarse de sus cartas ni del placer de escribirle. Pero todos los hombres están sujetos al error, sobre todo los médicos. No enseñe usted esta frase a mis colegas. »Hicimos un viaje bien tonto de Malta a Corfú, en un vapor muy sucio, cuya chimenea humeaba horriblemente.
Los médicos diferían sobre la causa del mal, pero ninguno se atrevió a responder de la curación. El señor Le Bris había perdido la cabeza como un capitán de barco que encuentra un banco de rocas a la entrada del puerto. El señor Delviniotis, más tranquilo, aunque no había podido menos que llorar, abrigaba tímidamente un resto de esperanza.
Bien. ¿Está usted dispuesta a ponerse bajo mi dirección y a hacer todo lo que yo le mande? propuso el cura con la hinchazón de vanidad que le daba aquel papel sublime de lañador de almas cascadas. Sí señor. ¿Y cómo estamos de doctrina cristiana? Dijo esto con un tonillo de superioridad impertinente, lo mismo que dicen algunos médicos: «a ver la lengua».
Palabra del Dia
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