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Al divisar al hombre dejó escapar la madera, y ni siquiera tuvo ánimo para huir: sólo supo llorar. El arpón. «Al marinero que llega á la vista de Groenlandia, ningún placer le causa aquella tierradice cándidamente John Ross. No lo dudo. Figuraos una costa de hierro, de aspecto asolador, donde el negro granito escarpado no protege ni siquiera á la nieve; y después, sólo se ven hielos.

En 1838 Francia, Inglaterra y América hicieron tres expediciones en interés de las ciencias. El ilustre Duperrey había abierto el camino de las observaciones magnéticas, que se deseaba continuar bajo el mismo polo. Los ingleses confiaron esta misión á una expedición al mando del ya citado James Ross. Fué aquella expedición modelo, donde todo estuvo calculado, escogido, previsto.

Algunos balleneros que encontraron aquella especie de salvaje lo trasladaron á su país, preguntándole antes si, por casualidad, había visto al difunto capitán John Ross. Su teniente Parry, que tenía la seguridad de poder pasar, hizo al efecto cuatro esfuerzos desesperados, unas veces por la bahía de Baffin y el Oeste, y otras por el Spitzberg y el Norte.

Mientras los recientes sondeos del Atlántico indican 10 ó 12.000 pies, Ross y Denham hallaron en el Océano Austral 14.000, 27.000 y hasta 46.000 pies. Añadid á todo esto la masa de hielos antárticos, infinitamente más dilatados que nuestros hielos boreales. No se apartará uno mucho de la verdad, si, simplificando, dice: El hemisferio Austral es el mundo de las aguas, y el Boreal el de la tierra.

En circunstancias las menos favorables, la vecindad de los volcanes y las cálidas corrientes que les son anejas continúan la vida animal en los sitios más desolados. Bajo la horrible devastación del polo antártico, no lejos del volcán Erebus, James Ross encontró corales vivos á mil brazas bajo el mar helado.

Los picos, los cabos de la región desolada, al lado del nombre de Franklin ostentan el de nuestro Bellot y tantos otros que abandonaron el dulce regalo de la vida normal para salvar la de un inglés. Por su lado John Ross habíase ofrecido á dirigir á los nuestros en busca de Blosseville, organizando por mismo la expedición.

En 1818, después de la guerra europea, reemprendióse esa guerra contra la Naturaleza, la investigación del gran paso, iniciándose con un grave y extraño acontecimiento. El intrépido capitán John Ross, mandado con dos buques á la bahía de Baffin, fué víctima de las fantasmagorías de ese mundo misterioso.

Tanto en las obras de John Ross como en todas las que se refieren al mismo asunto vese que están los esquimales dotados de inteligencia y muy aprisa se asimilan las artes de Europa. Hubiéranse efectuado enlaces entre sus hijas y nuestros marinos, naciendo de esas uniones una población mixta dueña por derecho propio de aquel continente Norte.

Un comerciante de licores de Londres propúsose adelantar al Imperio británico, y, al efecto, dió cien mil francos á Ross, con los cuales armó otra expedición y volvió al polo, resuelto á pasar ó á morir. ¡Ninguna de estas dos cosas pudo lograr! Empero se estuvo no cuántos inviernos, ignorado, olvidado en medio de tan terribles soledades.