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Actualizado: 23 de mayo de 2025
Yo no las echaba en saco roto precisamente; pero el caso, para mí, era de meditarse mucho y, por eso, entre alegar él y meditar y responderle yo, se fue pasando una buena temporada. La primera carta en que trató del asunto fue la más extensa de las ocho o diez de la serie.
No, señor declaró Lucía ofendida ; le entiendo a usted muy bien, y en prueba de ello voy a adivinar eso que se calló. ¡Verá usted que sí! gritó, cuando Artegui hubo meneado sonriendo la cabeza . Usted se aburrió menos en esa temporada en que fue médico de afición; pero en cambio... con ver tanto muerto, y tanta sangre, y tanta barbaridad, aún se volvió usted más... más judío que antes. ¿No es así? ¿Di o no di en ello?
¡Y qué pesadas habrían sido las horas de aquella temporada, que él llamaba su condena, si no las aligerasen con su cariño y con mil solicitudes y ternezas las seis personas que él designaba con el dulcísimo nombre de la sacra familia!
Los madrileños se quedarán chupando el dedo por una temporada... ¿no es verdad, señora condesa?... ¿Dónde mejor que entre los suyos, señores?... Y daba palmaditas afectuosas en la rodilla del conde, que le obligó á ponerse el sombrero. ¿Y qué tal, qué ocurre por la parroquia, señor cura? Pero, hombre de Dios, ¿qué quiere usted que pase en este miserable rincón?
Más debe hacerse por el sano próximo á caer enfermo, agotadas ya sus fuerzas, que por el enfermo. Diez días de reposo á orillas del mar le reharían, dándole robustez y fuerzas para el trabajo. El viaje, el sencillísimo abrigo de tan corta temporada veraniega, una mesa pública á bajo precio costarían muchísimo menos que una larga estancia en el hospital.
Pero si no lo decía con las palabras, se dejaba adivinar en la gravedad y tristeza de su continente. El P. Gil no ansiaba otra cosa hacía mucho tiempo. La compañía del párroco le era molesta, como ya sabemos. D. Miguel había incurrido en la censura de la Iglesia, se le retiraron las licencias para confesar y decir misa: mientras llegase la rehabilitación pasaría una temporada.
Luego se habló de una compañía dramática, recién llegada, y que esa noche daría su primera función en el Teatro Pancracio de la Vega. ¿Irás?... me decían. ¡Buena compañía! Esta noche nos darán «Fe, Esperanza, y Caridad». No queda una butaca; los palcos estarán llenos, y la temporada será magnífica. En aquellos momentos pasaron frente a nosotros las señoritas Castro Pérez.
Había llegado por la mañana de Bilbao, y regresaba al día siguiente. Un viaje nada más que para ver a Gallardo. Había leído sus grandes éxitos: bien empezaba la temporada. La tarde sería buena. Por la mañana había estado en el apartado, fijándose en un bicho retinto, que indudablemente daría mucho juego en manos de Gallardo...
Sí, de cuando en cuando vengo: cuando veo que se amortigua mi odio, cuando me siento inclinado a pensar bien, cuando empiezo a echarle menos, me presento una vez, y me curo para otra temporada. Pero, ¿tú no bailas? Es ridículo: ¿quién va a bailar en un baile? Sí, por cierto... ¡si fuera en otra parte! Pero observo, desde que falto a esta casa, multitud de caras nuevas... que no conozco...
Y así ocurrió, en efecto; desde que se inauguró San Fernando, el Principal sintió los desastrosos efectos de una competencia, á la que más tarde tuvo que sucumbir. Ni de aquella primera temporada de 1847 á 1848, ni de las que inmediatas le siguieron, me he de ocupar aquí.
Palabra del Dia
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