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Actualizado: 4 de mayo de 2025
El más osado fue el ceremonioso mancebo del pelo por la frente, quien, abriéndose paso y llegando muy sofocado a la reja, dijo a la novicia, dándole ya su nuevo nombre: Hermana Juana, tengo que pedirle un favor..., que me envíe como recuerdo un poquito de azahar de la corona que llevaba... Si la madre consiente... murmuró María dirigiendo la vista a la superiora.
Ni siquiera sabe salir con decencia». Iba descalza, cogidas las botas por los tirantes. Póngase usted las botas le gritó la Superiora. No me da la gana. Abur... ¡Son todas unas judías pasteleras...! Paciencia, hija, paciencia... necesitamos mucha paciencia dijo Sor Natividad a sus compañeras, tapándose los oídos.
Me contó cómo había entrado la hermana en el colegio cuando niña y cómo su madre había recomendado a la superiora que la inclinasen suavemente a la vida religiosa. Esto era difícil. La chica era muy traviesa. Mientras niña, no se hizo gran reparo en ello; pero cuando se hizo mujer trataron en vano de corregirla. En esta época fue cuando él había entrado de capellán al servicio del colegio.
Las hermanitas soltaron la carcajada. ¡Ay, qué hermana! ¡Siempre de tan buen humor! exclamó la superiora. Sí, madre; me he casado hase un mes y tres días con este buen moso que ustedes ven delante... No tiene más que un defecto añadió, poniéndose triste , y es que es gallego... Pero no lo parese, ¿verdad?
La propia superiora y una sirviente, la separaron de la bañera. Indudablemente ocurrió, que deseando refrescar el baño, debió abrir por equivocación el grifo del agua caliente, y que aquel ardiente chorro hirió de pronto su pecho y sus manos sin darle tiempo para cerrar la espita.
Lo que sí sabía Fortunata era que aquella mujer daba mucha guerra a las madres por su carácter alborotado y desigual. Desde que la Superiora las dejó solas, la otra rompió a patinar y a hablar al mismo tiempo. Parándose después ante Fortunata, le dijo: «Porque nosotras nos conocemos, ¿eh? A mí me llaman Mauricia la Dura. ¿No te acuerdas de haberme visto en casa de la Paca?».
Su semblante descompuesto por la ira estaba más feo que nunca; con la prisa que traía apenas podía respirar, y las primeras frases le salieron de la boca desmenuzadas por el enojo: «Ya, ya sabemos... ¡San Antonio!... bribona... parece mentira... ¡Ay, Dios mío!, si es para volverse loca...». Habló algunas palabras en voz muy baja con la Superiora, quien al oírlas puso una cara que daba miedo.
Asomáronse las madres al barandal del corredor que sobre el patio caía, y vieron aparecer a Mauricia, descalza, las melenas sueltas, la mirada ardiente y extraviada, y todas las apariencias, en fin, de una loca. La Superiora, que era mujer de genio fuerte, no se pudo contener y desde arriba gritó: «Trasto... infame, si no te estás quieta, verás».
Hoy, aun pertenece al mundo, mañana ya pertenecerá a Dios; por eso hoy está deslumbrante de pedrería, su ropa brilla bajo las lentejuelas de plata, y cinco hileras de perlas rodean su cuello de alabastro; también hay perlas sobre sus brazos blancos y mórbidos, perlas y flores sobre sus bellos cabellos negros que sombrean su pálida frente. ¡Ved, qué cosa más conmovedora! ¡con qué amor y respeto mira a la superiora del convento de Santa María!
Ni una mirada para ese espectáculo brillante y ruidoso, ni una sonrisa para ese murmullo de admiración que la sigue, para los homenajes que la rinde la más alta nobleza de Sevilla y de Córdoba. Nada puede distraerla de sus santos pensamientos. Huérfana, rica, se entrega a Dios, y en su representación a la superiora de Santa María.
Palabra del Dia
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