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Actualizado: 4 de octubre de 2025


María Calderón, poco después del nacimiento de este hijo , para expiar las faltas de su vida anterior, entró en un convento de monjas, en donde, estimada generalmente, llegó á la dignidad de superiora. Bárbara Coronel, llamada la Amazona, porque, descontenta de la debilidad de su sexo, se vestía de hombre casi siempre, viéndosele de ordinario á caballo.

Después las amigas tuvieron que separarse, porque era jueves y Fortunata había de vestirse para recibir la visita de los de Rubín. Mauricia se quedó sola tendiendo la ropa. Maximiliano dijo categóricamente aquella tarde que por acuerdo de la familia y con asentimiento de la Superiora, en el próximo mes de Setiembre se daría por concluida la reclusión de Fortunata, y esta saldría para casarse.

Si yo le fuese enteramente indiferente, no correría semejante riesgo. Con manifestar francamente a la superiora y al capellán que ella no era responsable de que a un loco se le ocurriera lo de la visita a aquél, ambos se darían por convencidos seguramente, y no tendría más que temer. Este pensamiento halagüeño fue creciendo en mi espíritu hasta llenarlo todo.

El miserable miraba siempre a la monja, repitiendo con admiración: «¡Qué hermosa es! ¡qué hermosa esPor fin, la voz chillona del alcalde vino a sacarle de su éxtasis, tanto más fácilmente cuanto que la monja había abandonado el palco apoyada del brazo de la superiora, y que dos alguaciles habían sujetado la brida de su caballo, a lo que él no opuso resistencia alguna.

«Tendré que ir yo... ¡Ay, qué mujer!... ¡qué guerra nos da! dijo la Superiora... . ¿Dónde está Sor Marcela? Que traiga la llave de la perrera. Hoy tendremos chínchirri-máncharras... Está más tocada que nunca. Dios nos paciencia. ¡Y Sor Facunda que me ha dicho ahora mismo indicó Sor Antonia con franca risa y bizcando más los ojos , que Mauricia había visto a la Virgen!

A la Superiora se le escapó, sin poderlo remediar, una ligera sonrisilla; mas al punto volvió a poner cara de palo. Y la enana corrió hacia donde estaban las recogidas, y lo mismo que dijera a Sor Natividad se lo repitió a Fortunata, sin poner un freno a su ira: «¿Habrase visto diablura semejante?... ¿Qué te parece? ¡Estamos todas horripiladas!». Fortunata no dijo nada y se puso muy seria.

Y reservó, por último, buena porción de su caudal para entregarla a la Superiora del convento de Santa Clara en Córdoba, antigua fundación del rey D. Alonso el Sabio y de su mujer la reina doña Violante, hija de D. Jaime de Aragón, el que ganó a los moros la ciudad de Valencia. En aquel convento había determinado doña Mencía encerrarse para siempre y acabar su vida.

Cecilia le respondió fríamente con las menos palabras posibles. ¡Pobre Gonzalo! ¡Si supiese que aquella mujer traidora por quien preguntaba, lejos de estar arrepentida, se revolvía con furia contra su familia, cubriéndolos a todos de dicterios, amenazándoles con entregarse al primer hombre en cuanto saliese de la prisión, escandalizando con su soberbia y lenguaje procaz a la superiora del convento!

¡Qué guasa! ¿Quieren ustedes reírse?... ¡Haría buena figura una monja cantando a la puerta de casa! Por eso no quede dijo el fondista. Vámonos a la sala. Ahora no hay nadie... La hermana siguió riendo, sin dejarse persuadir. No obstante, se adivinaba que la retenían más los respetos de su estado y el de la superiora que la falta de deseos.

El viejo jefe de la patrulla abrió la portezuela del coche y echó la luz del farol al rostro de las viajeras. ¿Quiénes son ustedes? preguntó la superiora con presteza. Somos voluntarios de Carlos VII. Entonces que nos detengan. Estos hombres nos llevan secuestradas.

Palabra del Dia

reclinándose

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