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Actualizado: 4 de junio de 2025


Nunca fué posible después que le pidiese perdón, según exigía la superiora. Prefirió estar recluída un mes, a humillarse. Los primeros meses que pasó en casa de su padre fueron de prueba para la buena D.ª Carmen.

PANTOJA. Sacrílego, ofendes a Dios con tus palabras. MÁXIMO. Más le ofende usted con sus hechos. PANTOJA. Basta. No he de disputar contigo... Nada más tengo que decirte. MÁXIMO. ¿Nada más? ¡Si falta todo! Vamos. Los mismos, EVARISTA; tras ella la SUPERIORA y dos HERMANAS de La Penitencia; después PATROS. EVARISTA. ¿Qué ocurre, Máximo...? He sentido tu voz, airada.

Ella también saldría, pues sólo estaba allí por equivocación; pronto se habían de ver claras las cosas, y el asno de su marido vendría a pedirle perdón y a sacarla de aquel encierro. Sor Marcela, Sor Antonia, la Superiora y las demás madres mostráronse muy afables con ella, asegurando que era de las recogidas que les habían dado menos que hacer.

Su fecunda imaginación ofrecióle al punto otro expediente digno de la superiora de Port-Royal, la mística jansenista Sofía Arnaud. ¿Pero qué estás diciendo, Fernandito?... ¿Comulgar un niño de doce años?... ¡Qué barbaridad!... Eso es una irreverencia y yo no puedo permitirlo. Villamelón abrió la boca espantado. Pero, mujer, Curra, ¿sabes?... Si el padre rector dice que ...

Ya ves, madre mía, me habían dicho que yo sería dichosa en el convento, pero que para esto era preciso abandonar el mundo; dije que , porque entonces aún no sabía lo que era el mundo... Y después me vistieron y me adornaron como una santa y me llevaron a una fiesta en la que un toro mató a dos cristianos así me dijeron , porque yo permanecí oculta en el regazo de mi superiora durante todo el tiempo que duró aquel horrible espectáculo... Pero de pronto, un grito de extrañeza resonó y yo levanté la cabeza... era... era él.

Es el retrato de sor Teodora de Aransis indicó Alonso con respeto , superiora del convento de San Salomó, donde murió ya muy anciana y en olor de santidad hace diez años. ¡Guapa monja! ¿Qué tal, D. José?». Don José dijo al oído de Miquis: «¡Si pestañeara!...».

El oficial accedió y pasó a los dos a un cuarto destartalado que servía para los oficiales. La superiora, Bautista y el demandadero, no merecieron las mismas atenciones y quedaron en el cuartelillo.

PANTOJA. Vaya usted... Cuide de que Máximo no intervenga... DON URBANO. Voy. PANTOJA. Temo alguna contrariedad. PANTOJA. ¿Y Máximo? BALBINA. Lleno de confusión, como todos nosotros, que no entendemos... Voy a dar parte a la señora... PANTOJA. No, no. ¿Han venido la Superiora y las Hermanas? BALBINA. Ahí están. PANTOJA. No diga usted nada a la señora. Entre en la casa y espere mis órdenes.

Al llegar a las curvas, el viejo landó se torcía y rechinaba como si fuera a hacerse pedazos. La superiora y Catalina rezaban; el demandadero gemía en el fondo del coche. ¡Alto! ¡Alto! gritaron de nuevo. ¡Adelante, Bautista! ¡Adelante! dijo Martín, sacando la cabeza por la ventanilla. En aquel momento sonó un tiro, y una bala pasó silbando a poca distancia.

Era en vano que la superiora tratase de anonadarle con toda suerte de epítetos como: ¡impío, condenado, miserable, renegado! En vano le gritaba con el acento de la más santa indignación: «¡Tema la cólera del Cielo y de los hombres, usted que ha osado hacer oír palabras mundanas a unos oídos castos, usted que no ha temblado al tocar la mano de una esposa de Dios!

Palabra del Dia

rigoleto

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