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Actualizado: 4 de mayo de 2025
Al acercarse a él, el coche tropezó con una piedra, se soltó una de las ruedas, la caja se inclinó y vino a tierra. Todos los viajeros cayeron revueltos en el barro. Martín se levantó primero y tomó en brazos a Catalina. ¿Tienes algo? la dijo. No, creo que no contestó ella, gimiendo. La superiora se había hecho un chichón en la trente y el demandadero dislocado una muñeca.
«Una pareja, una pareja de Orden Público» apuntaron varias voces de monjas. No... veréis... Si yo me basto y me sobro... indicó la Superiora, haciendo alarde de ser mujer para el caso . Lo que es conmigo no juega.
No, no. Yo voy bien. Y tú, ¿cómo tienes la herida? No debe de ser nada. ¿Vamos a verla? Luego, luego; no hay que perder tiempo. Martín abrió la portezuela, y, al sentarse, dirigiéndose a la superiora, dijo: Respecto a usted, señora, si vuelve usted a chillar, la voy a atar a un árbol y a dejarla en la carretera. Catalina, asustadísima, lloraba. Bautista subió al pescante y el demandadero con él.
Martín no se opuso y esperó a que se preparasen para acompañarlas. Al salir los cuatro a tomar el coche y al verles Bautista desde lo alto del pescante, no pudo menos de hacer una mueca de asombro. El demandadero montó junto a él. Vamos dijo Martín a Bautista. El coche partió; la misma superiora bajó las cortinas y sacando un rosario comenzó a rezar.
¿Pero qué pasa? dijo de pronto la superiora . ¿No llegamos todavía? Pasa, señora contestó Zalacaín que tenemos que seguir adelante. ¿Y por qué? Hay esa orden. ¿Y quién ha dado esa orden? Es un secreto. Pues hagan el favor de parar el coche, porque voy a bajar. Si quiere usted bajar sola, puede usted hacerlo. No, iré con Catalina. Imposible.
Luego se vio que desde el corredor alto tiraban un par de botas, luego un mantón... Bajarlo, hijas, bajarlo dijo desde el patio la Superiora, mirando hacia arriba y ya recobrada la serenidad con que daba siempre sus órdenes. Fortunata bajó un lío de ropa, y recogiendo las botas, se lo dio todo a Mauricia, es decir, se lo puso delante.
Recorrió el coche la calle Mayor, atravesó el puente del Azucarero, la calle de San Nicolás, y tomó por la carretera de Logroño. Al salir del pueblo, una patrulla carlista se acercó al coche. Alguien abrió la portezuela y la volvió a cerrar en seguida. Va la madre superiora de las Recoletas a visitar a un enfermo dijo el demandadero con voz gangosa.
Mientras le preparaban el baño, estuvo hablando con la superiora de asuntos religiosos: esta conversación la sostuvo con la jovialidad y la gracia propias de su juventud. No hacía mucho que se hallaba en el baño, cuando la superiora, que atravesaba el corredor en el cual estaban los cuartos de baño, creyó oír gritos y gemidos ahogados cada vez más apagados.
Mientras duraron nuestros ruegos, la hermana San Sulpicio mostraba en los ojos una inquietud ansiosa; sus labios rojos temblaban de anhelo. Cuando la superiora dio al fin la venia, todo su cuerpo se estremeció y una sonrisa de dicha iluminó su rostro expresivo. Pero nos faltaba lo más difícil: convencer a la hermana María de la Luz.
Dice que mi hermano está grave... que vaya balbuceó Catalina. ¿Está tan grave? preguntó la superiora a Martín. Si, creo que sí. ¿En dónde se encuentra? En una casa de la carretera de Logroño dijo Martín. ¿Hacia Azqueta quizá? Sí, cerca de Azqueta. Le han herido en un reconocimiento. Bueno. Vamos dijo la superiora . Que venga también el señor Benito el demandadero.
Palabra del Dia
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