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Actualizado: 4 de octubre de 2025
Quizás no la cogía de nuevo la declaración de la monja. Obedeciendo a esta subió al dormitorio en busca de pruebas del nefando crimen imputado a su amiga. «Ahí tienen ustedes decía la Superiora a las que más cerca de ella estaban , cómo esa arrastrada ha visto visiones... ¡Ya!, ¡qué no vería ella!... ¿Pero no viene al fin? Yo le juro que no vuelve a hacernos otra.
Algunas de ellas ya no estaban allí. Sin embargo, la superiora salió y se presentó a los pocos instantes con cinco o seis hermanas, que saludaron a Gloria con sonrisa muy pronunciada, pero con poca efusión. Todas parecían confusas y avergonzadas. La sonrisa era tan persistente en su rostro, que llegaba a convertirse en mueca.
Esperamos un rato, sentados en sillas al pie de la reja, y al cabo vimos entrar a la superiora por la puertecita del fondo, tomar con los dedos agua bendita y santiguarse. Era una monjita flacucha y pálida, de unos cuarenta años de edad. Gloria se levantó, acercó la cara a la reja y le dijo sonriendo: La gracia del Espíritu Santo sea con vuestra reverencia. ¿No me reconoce?
No poco turbado por la negativa y por el aspecto imponente de la hermana, le dije para entablar conversación: ¿La madre Florentina sigue bien? La hermana Florentina ha dejado de ser superiora hace algunos días. Está algo más aliviada, sí, señor me respondió mirándome ya con un poco de curiosidad, pero sin abandonar un punto su aire protector, que, dicho sea de paso, no le sentaba mal.
Hecha esta recomendación, Martín, muy erguido, se dirigió al convento. Aquí va a pasar algo gordo se dijo Bautista preparándose para la catástrofe. Llamó Martín, entró en el portal, preguntó a la hermana tornera por la señorita de Ohando y le dijo que necesitaba darle una carta. Le hicieron pasar al locutorio y se encontró allí con Catalina y una monja gruesa, que era la superiora.
¡Encerrarla porque llora!... exclamó la otra que en su timidez no se atrevía a contradecir a la Superiora . El caso merecía examinarse. Para preverlo todo indicó la vizcaína , avisaremos también al médico. ¿Y qué tiene que ver el médico...? En fin, yo no sé. Quien manda, manda. Pero me parecía... Ello podrá ser cosa física; pero ¿si no lo fuera?
Un sargento viejo, andaluz, se amarteló con la superiora y comenzó a echaría piropos de los clásicos; la dijo que tenía loz ojoz como doz luceroz y que se parecía a la Virgen de Conzolación de Utrera, y le contó otra porción de cosas del repertorio de los almanaques. A Bautista le dieron tal risa los piropos del andaluz, que comenzó a reirse con una risa contenida.
Del lado de allá se veía una puertecita, y a su lado una pila de agua bendita. Gloria preguntó a la hermana lega que nos había introducido si seguía siendo superiora la hermana Saint-Just; y habiendo respondido afirmativamente, le encargó le dijese que una señora deseaba verla.
La Superiora respondió a aquella risa con otra menos franca. Tres o cuatro Filomenas de las más hombrunas bajaron a la huerta con orden expresa de traer a la visionaria. ¡Pobre mujer y qué perdida se pone! observó Sor Natividad dentro del corrillo de monjas que se iba formando . Males de nervios, y nada más que males de nervios.
Cuando la interrogaban, ponía una cara adusta, y golpeando el suelo con el pie, se quedaba mirando en el vacío. La hermana superiora venía, inquieta, y le preguntaba, acariciándola con dulzura: ¿Qué tiene, Adrianita? ¿Ya no le reza al Señor? No, no, porque ha dejado que me compre el diablo. Y no daba otra explicación: la había comprado el diablo y ella estaba perdida para el cielo.
Palabra del Dia
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