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Actualizado: 10 de mayo de 2025
¡Y esa mujer era la que ahora iba a ser suya! ¡Qué mundo de sufrimientos, sin embargo; cuántos días de sorda desesperación, y cuántas noches de horripilantes fantasmas habían transcurrido entre aquel día y el presente! Roberto se estremecía; no quería pensar más en ello; ahora todo parecía arreglado.
El dinero por una parte, por otra la corta voluntad del párroco, que oponía sorda resistencia al proyecto, le habían hecho fracasar constantemente.
Pero su cólera fué glacial, una cólera que se contiene viendo al enemigo privado de defensa. Avanzó hacia él como uno de los muchos que le insultaban mostrándole el puño. Su mirada sostuvo la mirada del alemán, y le habló en español con voz sorda. ¡Mi hijo... mi único hijo murió hecho pedazos en el torpedeamiento del Californian! Estas palabras hicieron cambiar el rostro del espía.
Era la vida brutal, la ley del destino sorda e inexorable, y la venganza no está obligada a más equidad que esa justicia ciega cuya espada de dos filos hiere casi siempre al inocente con el culpable. ¿Qué le iba a hacer ella? ¿Salvar al uno para salvar a la otra? ¡Engaño! ¡Piedad ridícula de los débiles que causa la audacia implacable de los fuertes!
La sorda hostilidad del misterio los rodeaba á todos; su vida era frágil, necesitaba de incesantes cuidados para mantenerse; y á pesar de esto, la tripulación, durante siglos y siglos, no había tenido un instante de acuerdo, de obra común, de razón clara.
Luego fue él quien se sorprendió, preguntando con sorda irritación para desentrañar los misterios del pasado. ¿Qué existencia había sido la de Teri antes de que ellos se conociesen? ¿Por qué murmuraban tanto de su vida en aquella corte septentrional? ¿Por qué se había separado de su marido?... Debía hablar sin miedo; él lo aceptaba todo por adelantado: no había sido en su tiempo.
Permanecía en la roca, sintiendo una sorda irritación contra la fatalidad, sublevándose con toda la rudeza de su carácter ante la tiranía del pasado. ¿Y por qué habían de mandar los muertos?... ¿Por qué obscurecían el ambiente con las partículas de su alma, semejantes a un polvo de huesos, que se posaban en el cerebro de los vivos imponiéndoles viejas ideas?...
Después de algunos otros gritos descubrí al vigilante y le referí mi extraña aventura. Acercó a mi espalda su linterna sorda y exclamó: ¡Es indudable, señor; le han dado una puñalada! ¿Qué clase de hombre era? No lo pude ver bien ninguna vez fue mi torpe contestación. Se mantuvo siempre a buena distancia, y únicamente se aproximó en un punto demasiado obscuro para poder distinguir sus facciones.
Que V. se estaba riendo de mí y sólo aparentaba quererme por divertirse un rato... Que cómo podía figurarme yo que un joven rico y elegante se había de casar conmigo... ¿Todo eso te han dicho? exclamó Miguel con sorda irritación. ¿Nada más?
El padre Gil ya no se sentía arrastrado por la metafísica; empezaba a atormentarle una sorda inquietud que llenaba su espíritu de temores, de vagos presentimientos. Sentía vergüenza singular desde que el viajero que se había apeado les observara con atención tan sostenida. Aquella muchacha le inspiraba miedo. Un tropel de pensamientos feos, insensatos, acudió a su cerebro y lo llenó de confusión.
Palabra del Dia
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