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Para gozar de este incompleto deleite, se acercó tanto a los manjares, que vino a ponerse entre la mesa y la silla del Príncipe. Entonces sintió, no ya una, sino dos manos invisibles que le caían sobre los hombros oprimiéndola. La voz misteriosa le dijo: Siéntate y come.

Sus manazas toman instintivamente, sin saber lo que hacen, la diestra enguantada y fina, oprimiéndola cariñosamente. ¡Ah, señora duquesa!...

Sobresaltose doña Guiomar, nubláronsela los ojos, apretósela el corazón, y desfalleció toda al ver que quien tenía a sus pies y oprimiéndola una mano, que ella no tenía fuerzas para retirar, contra sus labios, era el mismo por quien ella la dulce muerte del amor sentía; y así los dos, en un silencio más elocuente que el mejor de los discursos, pasose algún tiempo, hasta que recobrándose la hermosa indiana y conociendo que por su decoro debía manifestar extrañeza y enojo por lo que sucedía, desasió su mano de las de su enamorado, y dijo con la voz entera y enojada: ¿Qué es esto? ¿quién sois? ¿cómo habéis entrado aquí? ¿qué queréis?

Y la cogía una mano, oprimiéndola con pasión; hundía sus dedos en la manga, acariciando el brazo por debajo del guante. ¿Lo ves? decía ella sonriendo con frialdad. Es inútil; ni el más leve estremecimiento. Para eres un muerto. Mi carne no despierta a tu contacto; se encoge como al sentir un roce molesto. Rafael lo reconocía así.

Acudió esta seguida del diplomático, y un ligero grito que pareció arrancarle la admiración, y le arrancaban en realidad el temor y la sorpresa, se escapó de sus labios a la vista del estuche... Habíale recordado al punto otro enteramente semejante, con la sola diferencia de que sobre el oscuro terciopelo de la tapa de aquel otro se destacaba, bajo una corona de marqués, una caprichosa S de oro mate, y en este sólo se veía en aquel lugar un poco chafado el terciopelo... Tres segundos permaneció, sin embargo, inmóvil, contemplando el estuche, sin osar abrirlo; agrupábanse todos a su alrededor, oprimiéndola y estrujándola contra la mesa, ansiosos de contemplar la maravilla, y no hubo más remedio que apretar el resorte y levantar la tapa...

La vida de un hombre era corta, y no bastaba para batirse con centenares de miles de vidas que habían existido antes de ella y parecían espiarla invisibles, oprimiéndola entre creaciones materiales que eran recuerdo de su paso por la tierra, abrumándola con sus pensamientos, que llenaban el ambiente y eran aprovechados por todos los que nacían sin fuerza para discurrir algo nuevo.

Ramiro cercó con su brazo el cuello de la niña oprimiéndola con dulzura. Sintió entonces el impulso frenético de poner sus labios sobre los labios de la doncella, de beber y morder en ellos el amor, la lujuria, el delirio, ¡locamente!, y la atrajo por fin hacia él con rabiosa vehemencia. Beatriz lanzó un grito: ¡Alvarez! Uno y otro volvieron el rostro.

Intentó incorporarse, Juan la contuvo oprimiéndola el talle, y aún más con el suplicar de su mirada, al mismo tiempo que decía: No perdamos tiempo en recriminaciones inútiles. ¿Me he portado mal?, pues te pido perdón. ¿Has obrado por despecho?, te perdono. ¿Nos hemos equivocado los dos, yo al dejarte y al olvidarme?, pues venzamos a la desgracia.

Al pasar por San Pascual santiguóse Currita muy de prisa, y Jacobo, oprimiéndola el brazo cariñosamente, dijo en son de burla: ¡Tonta!... Llegaban al ministerio de la Guerra, y allí Currita se tranquilizó más todavía, porque comenzaba a poblarse aquella soledad que la aterraba.

Nos levantamos de la mesa y nos acercamos a los cristales a admirar aquel cuadro sublime ante el cual empalidecían las luces del baile. Blanca estaba apoyada en mi brazo y dejaba caer su cuerpo débilmente sobre el mío. Es linda la madrugada le dije, oprimiéndola con pasión...