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17 Todo hombre se ha vuelto carnal, y es sin ciencia; avergüéncese todo artífice de la escultura, porque mentira es su vaciadizo, que no tiene aliento. 18 Vanidad son, obra de irrisiones; en el tiempo de su visitación perecerán.

Ellas descienden de lo mas alto hasta lo mas bajo, sin que en todas las gradas de la escala falten el orgullo, la vanidad y el espíritu de ostentacion é imitacion.

No deja de haber en esto una mina abundante, que á su debido tiempo será explotada cual conviene. Cotejo entre el orgullo y la vanidad.

No tenía un pedazo de tierra libre del peso de una hipoteca; las rentas apenas si daban para los réditos, y hasta la misma casa en que ella vivía era una finca que producía poco, por culpa de su vanidad. Cuando al quedar viuda te pusiste en mis manos, vivías en una de las dos habitaciones del piso segundo y tenías alquilado este principal. Un duro diario es una gran cosa, y más en tu situación.

Ni más ni menos; vos supísteis que había en la corte una mujer que había despreciado las ofertas, los regalos, las súplicas de los señores más principales, y os dijísteis... por vanidad, por pura vanidad: es necesario que esa mujer sea mía, cueste lo que cueste, valga lo que valga; es necesario que, como soy el dueño de la primera persona del reino, lo sea también de esa dificultad viviente.

El autor de los Pétalos al aire comenzó a tragar saliva como si algo le estorbase en la garganta. Era duro afirmar su vanidad; pero como de no hacerlo se le escapaba uno de los caracteres típicos del genio concluyó por estar conforme con que jamás pensaba en otra cosa más que en mismo.

Todas sus peroratas sobre este tema de la vanidad concluían diciendo: «Ya, ya vendrán tiempos de justicia, , ya vendrán.... Entonces no veremos los coros de las catedrales llenos de masones con sotana, mientras los buenos eclesiásticos perecen». No pasaba ya Garrote la mayor parte del día en la cama.

Cuando se retiró estaba embriagada de todo menos de vino, porque apenas lo probara, embriagada de luz, de ruido, de placer, de sorpresa, de polvo, de gentío, de pitazos, de coches, de ayes de mendigos, de pregones, de blasfemias, de vanidad, de agua del Santo.

En la sonrisa de don Juan había visto, no amor, sino voluptuosidad, alegría, y aun podemos decir vanidad, por la posesión segura de una mujer vivamente deseada. Entonces, Dorotea se levantó de los brazos de don Juan, haciendo un violento esfuerzo para desasirse de ellos. Su palidez había crecido.

Y no menos la encantaba, no por ella, que en esto no tenía vanidad, sino por su marido, el que, cuando ella apareciese en Madrid, estuviese el título sacado, y la pudiesen llamar señora marquesa.