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Los argentinos se removieron en su altura con voces de extrañeza y protesta. ¿Ya no disparaban más? ¿Y aquello era todo?... Les habían robado el dinero. ¡Tongo... tongo! gritaron al mismo tiempo. Uno de ellos, cogiendo un pedazo de roca suelta, quiso arrojarla a guisa de felicitación sobre los adversarios reconciliados.

Los primeros temblores que removieron los cimientos creíase que serían una ligera tempestad sin consecuencias. No existía escala para medir la altura a que debía alcanzar el desbordamiento de las nuevas ideas.

De pronto las vacas se removieron mansamente: a lento paso llegaba el toro. Y ante aquella chata y obstinada frente dirigida en tranquila recta a la tranquera, los caballos comprendieron humildemente su inferioridad. Las vacas se apartaron, y Barigüí, pasando el testuz bajo una tranca, intentó hacerla correr a un lado. Los caballos levantaron las orejas, admirados, pero la tranca no corrió.

Los remos cobraron al fin toda su agilidad y removieron airados con sus palmas el cristal de las aguas, produciendo en ellas remolinos fugaces y espumosos. Todos los semblantes expresaban la cándida alegría que comunica el movimiento y el espectáculo siempre nuevo y hermoso de la naturaleza.

Para esto se removieron todos aquellos administradores inútiles, sustituyéndolos con otros de más habilidad y mejor conducta; se trató de obligar a los indios al trabajo, poniendo el mayor empeño en el restablecimiento de las estancias, y, en fin, se adoptaron todos aquellos medios que parecieron conducentes; y efectivamente con ellos se consiguió, si no en todos los pueblos, en los más, el volverlos a poner en una medianía que promete algún alivio a sus naturales, y mayores adelantamientos en lo futuro.