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«Gualicho», el terrible demonio de la Pampa expulsado al mismo tiempo que los indígenas, había vuelto á estas tierras que fueron suyas, reconquistándolas. Robledo se acordó de cómo los indios solían combatir á dicho genio del mal apenas iban notando su presencia entre ellos.

Alguno de sus innumerables golpes había de tocar forzosamente al mal espíritu, obligándolo á huir; y cuando, al fin, caían todos en tierra extenuados, la tranquilidad volvía á ellos, convencidos de que el enemigo estaba ya lejos de su campamento. El español creía notar ahora en la Presa la presencia de Gualicho, el diablo pampero, maligno y enredador. Empujaba á los hombres unos contra otros.

Miraban de reojo á Robledo, y según éste se iba alejando, dejaban caer sus herramientas, sentándose otra vez. Volvió repetidas veces su cabeza el ingeniero, y se dijo, como el día anterior, que un poder oculto había trastornado la vida de la colonia. Gualicho andaba realmente por todas partes, y hasta hacía sentir su influencia fuera del pueblo, desorganizando el trabajo de los hombres.

Cuando sus expediciones para robar ganado ó sorprender á las tribus vecinas empezaban á fracasar; cuando iban en aumento las enfermedades en sus tolderías y las amenazas de hambre, todos los jinetes se armaban y salían al campo para vencer al maldito Gualicho.

El recuerdo de Gualicho, diablo enredador que perturbaba á los indios con sus tretas, obligándolos á montar á caballo para perseguirlo á lanzadas y golpes de boleadora, pasó por su memoria. De continuar Elena en el mundo viejo, hubiese sido una de tantas mujeres temibles que se ven refrenadas y neutralizadas por la vecindad de otras semejantes á ellas.

530 Al sentir tal mortandá los indios, desesperaos, gritaban alborotados: "¡Cristiano echando gualicho!" No quedó en los toldos bicho que no salió redotao. 531 Sus remedios son secretos, los tienen las adivinan; no los conocen las chinas sino alguna ya muy vieja, y es la que lo aconseja con mil embustes, la indina.