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Actualizado: 19 de julio de 2025


Los jinetes corrían en pelotones por los bosques, empujando á los rezagados y haciendo frente á las avanzadas enemigas. Desnoyers fué basta la salida de la población. Los dragones habían obstruido la calle con una barricada de carros y muebles.

Eran excelentes jinetes, y galopaban y caracoleaban á uno y otro lado, chasqueando sus bonitos látigos. Una banda de música nos precedía, y las casas indias que pasábamos presentaban sus acostumbradas demostraciones de bienvenida. Los caminos tenían mayor número de adornos y arcos de bambúes en ambos lados. Los morteros haciendo fuego anunciaban nuestra llegada.

Una vigilaba el braserillo en el que hervía el agua, otra ofrecía el mate de plata cincelada con boquilla de oro, otra guardaba sobre sus rodillas la guitarra señoril de ricas incrustaciones. Trotaban jinetes calle arriba, calle abajo, con la vaga esperanza de ver los ojos de brasa de la peruana al alzarse levemente la cortina de alguna reja.

En el mando del pequeño estado feudatario, especie de jefatura de kabila militar, le había sucedido su primogénito, el arrogante Almanzor, un moro brutal y orgulloso, que se afrenta de que individuos de su familia vayan por los caminos rotos y miserables, predicando una religión de mendigos, y con unos cuantos jinetes sale en persecución de sus hermanos.

Galoparon los dos jinetes, llevando al hombro como una lanza la garrocha de fina y resistente madera, con una pelota en su remate que resguardaba el hierro. Su paso por el barrio popular despertaba una ovación. ¡Olé los hombres guapos! Las mujeres saludaban con la mano. ¡Vaya con Dió, güen mozo! ¡Divertirse, señó Juan!

Si me veis caer con el estandarte, levantad a éste antes que a Los turcos huían ante el ímpetu de este escuadrón de hierro. Un Febrer, «el rico», el de la isla, abuelo remoto de Jaime, se había interpuesto por dos veces entre el Emperador y los enemigos, salvando su existencia. A la salida de un desfiladero, el fuego de las culebrinas turcas diezmó a los jinetes.

Por Dios, no anuncies mucho, Gallego, que va á haber corridas suplicaba el comisario . No haga el demonio, ché, que tengamos una desgracia y lo sepan allá en Buenos Aires... Que sea únicamente para los que habitan el campamento. Pero el negocio exigía, por el contrario, una gran publicidad, y de muchas leguas á la redonda iban llegando, á partir del sábado por la tarde, numerosos jinetes.

Acodado el Gallego en el mostrador escuchaba á los parroquianos más viejos, jinetes del país que habían cabalgado de los Andes al Atlántico y del río Colorado al estrecho de Magallanes como guías de los compradores de «hacienda» ó explorando el desierto para descubrir aguadas y nuevos pastos.

Si no era mas que eso lo que deseaba, fácilmente podía hacerse. Al fin Elena reanudó su marcha después de saludar al gaucho con cierta coquetería, satisfecha de su emoción y del deseo hambriento que reflejaban sus ojos. ¡Pobre hombre!... ¡Un tipo interesante! Mientras los tres jinetes se alejaban, Manos Duras siguió inmóvil junto al camino. Deseaba ver algunos momentos más á aquella mujer.

Hubo, pues, de parar en seco a dos pasos de y los dos caballos, jadeantes, cubiertos de espuma se encabritaron como si hubieran tenido el sentimiento de que sus jinetes querían pelear. Creo en verdad que Magdalena y yo nos miramos con cólera, a tal punto aquel juego extravagante mezclaba la excitación y el reto respecto de otros sentimientos intraducibles.

Palabra del Dia

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