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Actualizado: 10 de mayo de 2025


Cuando la joven subió al carruaje, y Pedro, chasqueando la lengua y el látigo, hizo arrancar a los caballos, alzose un gran rumor en la muchedumbre, que llegó a los oídos de María como un coro de lisonjas. La gente se apartaba precipitadamente dejando paso.

Agitada por la danza, chasqueando los dedos para imitar el ruido de las castañuelas, su vocecita sonora y dulce decía con lánguida y soñolienta música: Toma, niña, esta naranja que he cogido de mi huerto, no la partas con cuchillo que está mi corazón dentro.

Pues te he llamado cazuela prosiguió chasqueando la lengua porque una cazuela, ¿sabes ? una cazuela sirve para que la llenen de patatas guisadas. Dicho esto, el barón cayó en un espasmo de alegría tan violento que por poco se ahoga.

Doña Manuela huyó de este estrépito, que la ponía nerviosa; pero antes de llegar al Principal hubo de detenerse entre sorprendida y medrosa. En el arroyo, la gente se arremolinaba gritando; algunos reían y otros lanzaban exclamaciones indecentes, chasqueando la lengua como si se tratara de una riña de perros.

Eran excelentes jinetes, y galopaban y caracoleaban á uno y otro lado, chasqueando sus bonitos látigos. Una banda de música nos precedía, y las casas indias que pasábamos presentaban sus acostumbradas demostraciones de bienvenida. Los caminos tenían mayor número de adornos y arcos de bambúes en ambos lados. Los morteros haciendo fuego anunciaban nuestra llegada.

Ezto e de las propios lagrimitas de Jezú decían unos chasqueando devotamente la lengua. No contestaban otros, es la mezmízima leche de la Mare e Dió... Y el señorito reía, gozándose en su asombro. Era vino de la bodega «Dupont Hermanos»: un vino venerable y carísimo, que sólo bebían los mislores allá en Londres. Cada gota valía una peseta.

Por una respetuosa admiración venían a sentarse en la acera algunos de aquellos vejestorios que habían recibido de él en otro tiempo órdenes y palos, y juntos hablaban con cierta melancolía de la gran calle, como el capitán llamaba al Atlántico, contando las veces que habían pasado de una acera a otra, de África a América, corriendo temporales y chasqueando a los polizontes del mar.

Los pergaminos se abarquillaron, crujiendo y chasqueando, y las pavesas, absorbidas del foco de la hoguera, volaban envueltas en una nube de humo hasta desaparecer por el cañón de la chimenea. ¡Cuánto hubiera dado Lázaro por trocar en cosa tangible su memoria, para destruirla también! Cuando el hombre abjura de sus errores, debía tener el derecho de olvidarlos.

Palabra del Dia

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