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Actualizado: 24 de julio de 2025


Inés se incorporó, y sosteniéndose en el brazo del sofá, repitió, helada: Como quieras. Era una despedida. Yo iba a romper, y se me adelantaban. El amor propio, el vil amor propio tocado a vivo, me hizo responder: Perfectamente... Me voy. Que seas más feliz... otra vez. No comprendió, y me miró con extrañeza.

La amazona fue despedida de la silla, al mismo tiempo que un alarido de emoción de muchos centenares de bocas sonaba a lo lejos. El caballo, al librarse de los cuernos, salió corriendo como loco, con el vientre manchado de sangre, las cinchas rotas y la silla tambaleante sobre el lomo. El toro fue a seguirlo; pero en el mismo instante, algo más inmediato atrajo su atención.

»No tema usted nada me dijo; yo parto; pero, noble castellana, espero que tendrá usted a bien conceder a un animoso caballero el beso de despedida. «Rehusé... pero en vano; y como él insistiese, quise arrojarme a la puerta; pero adivinando mi pensamiento, se interpuso en mi camino y me rechazó bruscamente.

A fin de no cansar a los lectores de El Liberal, voy, pues, a prescindir de no poco de cuanto he dicho hasta ahora, así como de lo que han dicho mis discretos impugnadores, a retirarme modestamente de la palestra, y a ceñirme en mi despedida al caso particular que me impulsó a escribir y al propósito que tuve al hacerlo.

¡Padre mío! ¡tía de mi alma, perdón! murmuró, repitiendo las palabras de su despedida.

Pero su alma se llenaba de amargura por la idea de que aquella separación hubiese ocurrido con tan áspera presteza, sin el consuelo de una despedida. Y a él, ¿qué pensamientos le llenaban ahora el alma? Adriana se hubiese acercado a enjugarle el silencioso llanto con largos besos de ternura, para unir esta tristeza de su amor ya imposible a la piedad inmensa que le inspiraba su amiga enferma.

Aquel fraile, de unos setenta y cinco años de edad, no era escaso de luces; pero, como estaba de despedida en la tierra, tomaba la tarea de la enseñanza con tolerante desdén, amodorrándose a menudo en las lecciones.

Yo tengo unas amigas que cantan en golpes graves y metálicos por la mañana; que sollozan por la tarde en un canto largo y plañidero de despedida. Vivo al lado de una iglesia. Y estas amigas son las campanas. La iglesia es vieja, con las paredes amarillas y desconchadas, con una torre puntiaguda.

Casi, casi puede un hombre ser desgraciado, por tener el consuelo de verse rodeado de tantas almas buenas. Reciban todos mi saludo y mi agradecimiento; si me muero, como en señal de despedida; si vivo, como en señal de testimonio.

La escena de la despedida los había enternecido y animado; la oscuridad de las calles, alumbradas con aceite, les daba un incentivo en su misterio, y en el cuchicheo de su diálogo se sentía el soplo de la pasión... de la pasión carnal de Nepo y de la pasión de... marido de Marta.

Palabra del Dia

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