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Actualizado: 10 de mayo de 2025
Desde las siete de la noche los amigos del finado entraban silenciosos en la sala y tomaban asiento sin proferir palabra. Un duelo era en buen romance una consagración de mudos. La cuadra era el cuartel general de las faldas y de las pulgas. Las amigas imitaban a los varones en no mover sus labios, lo cual, bien mirado, debía ser ruda penitencia para las hijas de Eva.
Al proferir estas palabras sonreía con esfuerzo, apretando las dos manos a su esposa.
Razón tenía usted en decir que me iba a dar un susto. ¡Ave María Purísima! ¡Quién había de pensar!... Y por algunos momentos no dejó de hacerse cruces y proferir exclamaciones. Repuesta al fin un poco, llamó a Carlota. ¡Niña, no seas ridícula, ven aquí! Y en voz baja añadió: ¡Pobrecilla! La ha puesto usted en un apuro. Vino Carlota hecha una rosa de Alejandría por lo roja y por lo hermosa.
Dios, segun Santo Tomás, engendra al Verbo porque entiende, no entiende porque engendra: y si bien en este Verbo pone el Santo Doctor la expresion de todo cuanto está contenido en Dios, es presuponiendo la inteligencia divina, con la cual se hace posible decir ó proferir el Verbo.
¡En nombre del Cielo, querida! ¿Qué tienes? gritó. No me hallaba en estado de proferir una palabra. Pero ella, con un movimiento maternal, tomó una gruesa manta de lana, me envolvió en ella y me colocó en su regazo, aunque yo ya era más grande que ella. Vamos, confiésate, tesoro mío. ¿Qué ocurre? me preguntó acariciándome las mejillas.
El hombre á caballo parpadeó vivamente bajo la visera de su gorra, hizo un movimiento de sorpresa y de cólera; quedó indeciso contemplando al prisionero. Los ojos agresivos de éste parecieron devolverle la calma, y miró á otra parte, levantando los hombros levemente. «¡Suicida!» Y esta palabra, que pareció proferir el enemigo con su indiferencia afectada, irritó aún más al comandante.
Al meterse en la cama, con el corazón apretado, quiso analizar la emoción que la dominaba; quiso remontarse a la causa. Sintió vergüenza de ella. Su orgullo le hizo exclamar con rabia y en voz alta: ¿A mí que me importan esas picardías? ¿Qué tengo que ver con él ni con ella? Pero acabado de proferir tales palabras sintió las mejillas caldeadas por el llanto.
Viéndose encerrada esta señora llegó al colmo de su desesperacion, y empezó á proferir tanto denuesto y tan insolentes frases, que D. Juan de Fonseca se fue sumamente irritado, á pesar de haberlo mandado llamar á la archiduquesa por medio de su gentil-hombre de cámara, D. Miguel de Ferrera. No quiso volver, sino que tomó el camino de Segovia, donde á la sazon se hallaba la reina Doña Isabel.
Tirso, entonces, llegó hasta la butaca y abrazó a su padre, quien, cogiéndole la cabeza entre las manos y oprimiéndosela contra su pecho, permaneció unos instantes sin proferir palabra, presa de una emoción honda y callada. Hubo un momento de profundo silencio.
Su exaltación al proferir estas palabras era inmensa. Enrojeciósele el rostro y sus ojos se inyectaron mientras con las manos crispadas palpaba la cabeza del niño. De tal modo que éste, asustado, se echó a llorar. D. Pantaleón recobró instantáneamente la calma y, abrazándole y besándole, le bajó acto continuo a su casa. Pero no sosegó desde entonces.
Palabra del Dia
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