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Su estatura no pasaba de mediana, y á pesar de la modestia, poca elegancia, y ninguna presunción con que vestía, era indudable que un mundano topógrafo, llamado á medir las formas de aquella santa, no se hubiera encontrado con tanta falta de datos como en presencia de su ilustre prima la acartonada Marta Salomé. Conocida esta trinidad ilustre, conviene recordar algunos antecedentes históricos.

Pasando junto a la casita del Cura, inmediata a la iglesia, le llamé desde abajo para saludarle, pues como nos habíamos visto y hablado ya varias veces, me sobraba franqueza con él para decirle que estaba más obligado por las leyes de la cortesía a la visita de don Pedro Nolasco que a la suya, no quedándome tiempo aquella mañana para dejar pagadas las dos; pero en lugar del Cura respondió a mis voces su ama, una vieja muy acartonada y envuelta cuanto de ella asomó por una ventana correspondiente a la cocina, en tocas y pañolones.

Era Encarnación Guillén la vieja más acartonada, más tiesa, más ágil y dispuesta que se pudiera imaginar. Por un fenómeno común en las personas de buena sangre y portentosa salud, conservaba casi toda su dentadura, que no cesaba de mostrarse entre su labios secos y delgados durante aquel charlar continuo y sin fatiga.

Iba, entre tanto, difundiéndose por toda su faz, lívida y acartonada, una expresión de intensa alegría; pero con tal rapidez, que no parecía sino que le daban impulso los mismos vendavales que zumbaban entre los peñascos y jarales del contorno.

Me parece que estoy viendo a esta vieja. Era flaca, acartonada, la boca sin dientes, la cara llena de arrugas, los ojos pequeños y vivos. Vestía siempre de negro, con pañuelo del mismo color en la cabeza, atado con las puntas hacia arriba, como es uso entre las viudas del país.

Desgraciadamente, en esta casita de la calle de Moreno, en cuyo umbral se había sentado Pampa, no se veía tras los visillos más que la figura acartonada de misia Casilda, en las tardes de los días festivos... La calle, con ser central y la hora temprana, estaba desierta; el frío era crudísimo.

El cabello rubio, desordenadamente peinado y suelto según el gusto de la época, le caía en bucles sobre el cuello. Su edad no parecía exceder de treinta o treinta y tres años. Era grave y triste pero sin la pesadez acartonada y tardanza de modales que suelen ser comunes en la gente inglesa.