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Creíanse, como tengo dicho, hijos del lago, del bosque ó de la orilla del rio en que vivian, por cuya razon nunca se alejaban de su recinto. Por lo demas, cada pueblo tenia una creencia diferente; confiaban los unos en la merced de ciertos dioses solteros ó casados que presidian á las siegas, á la pesca y á la caza; otros profesaban un respeto temeroso á los dioses del trueno.

Dirigían la conciencia de los padres, presidían la educación de los niños, protegían, como las hadas, los primeros días de los recién nacidos sobre los que atraían los dones del Cielo y las luces de la fe.

30 De los hebronitas, Hasabías y sus hermanos, hombres de valor, [que eran] mil setecientos, presidían a Israel al otro lado del Jordán, al occidente, en toda la obra del SE

La Huerta refiere un hecho notable para probar la impresión arrebatadora que hizo esta comedia en el teatro. Los alcaldes de corte que presidían el espectáculo, tenían un asiento especial é iban acompañados de algunos alguaciles.

Tales máquinas de atrocidad fueron el expediente punitivo normal en un mundo en que los sacerdotes enseñaban la crueldad por el ejemplo. Ellos presidían o asistían cuando los herejes eran atormentados o quemados vivos; y toda su concepción de la moral estaba encaminada a tales métodos.

Dióse este cuidado á Samuel i Jehudá el conheso alfaquí de Toledo, que se juntasen en el alcázar de Galiana, i disputasen sobre el movimiento del firmamento i estrellas. Presidian, cuando alli no estaba el Rei, Aben Rajel i Alquibicio.

9 Y de los hijos de Israel no puso Salomón siervos en su obra; porque eran hombres de guerra, y sus príncipes y sus capitanes, y príncipes de sus carros, y su gente de a caballo. 10 Y tenía Salomón doscientos cincuenta príncipes de los gobernadores, los cuales presidian en el pueblo.

Los Padres de la Compañía más famosos, presidían las asociaciones obreras organizadas por ellos para contener la impiedad creciente del pueblo. Desfilaban en grupos, con mirada de reto, abombando el pecho para que se viera bien el distintivo de la Virgen, con una mano oculta en los bolsillos, marcándose en la tela el rígido contorno de las armas de fuego.

Y las viñas extienden su sedoso tapiz de verde claro en anchos cuadros, en agudos cornijales, en estrechas bandas que presidían blancos ribazos por los que desborda la impetuosa verdura de los pámpanos. La cañada se abre en amplio collado. Entre el follaje, allá en el fondo, surge la casa con sus paredes blancas y sus techos negruzcos.

Habían de luchar con la maraña de la vegetación, la inmensidad del pantano, la ponzoña de insectos y reptiles y la maldad de los hombres. Con el revólver al cinto presidían el trabajo de centenares de peones de todas razas y nacionalidades.