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Tal como llega al nido la paloma amorosa, trayendo en el pico el alimento para su prole, las alas fatigadas, pero satisfecha de no haber perdido el viaje, así entraba en su casa míster Robert cada noche; besaba a su mujer, a su hijo y a su padre, ya octogenario y medio baldado, y se sentaba sonriente, mientras la sopera humeaba sobre la mesa. ¿Qué había de ir él buscando fuera, si el amor y la felicidad le hacían compañía?

Don Juan en la cabecera, con las dos niñas, y en el extremo opuesto doña Manuela, teniendo a la derecha a Juanito y a la izquierda la silla destinada a Rafael. La humeante sopera descansó en el centro de la mesa, con el cucharón de plata metido en las entrañas, y rápidamente se llenaron los platos. ¡Soberbia sopa!

SOPA DE LECHE. Se corta a rebanadas pan de Viena y se coloca en una sopera; se pone a hervir leche con azúcar, un polvo de canela, corteza de limón; cuando empieza a hervir se quitan la canela y el limón y se vierte la leche sobre el pan.

A comer, a comer dijo doña Martina. Y en el mismo instante un criado apareció con la humeante sopera entre las manos. D. Bernardo se levantó para ofrecer el asiento al coronel Bembo; pero éste, conociendo las costumbres de la casa, se guardó muy bien de aceptarlo; si el anfitrión hubiera cambiado de sitio, quizá no le sentase tan bien la comida.

Creyó ver aparecer a la señora Miguelina, deseosa, sin duda, de poder hablar a solas con él, pero muy pronto salió de su engaño. Entró en la habitación una joven delgada y de vivos movimientos, la cual traía platos, botellas y manteles y comenzó a poner la mesa, después de lo cual se retiró para volver a poco con la humeante sopera.

Apartó la muchacha el botín a un lado, y fue colocando platos de peltre, cubiertos de antigua y maciza plata, un mollete enorme en el centro de la mesa y un jarro de vino proporcionado al pan; luego se dio prisa a revolver y destapar tarteras, y tomó del vasar una sopera magna. De nuevo la increpó airadamente el marqués. ¿Y los perros, vamos a ver? ¿Y los perros?

Y entonces tenía usted que soltar la carcajada, porque Fulano de Tal era un carpintero, largo, seco y doblado, casi enroscado, como las cintas de madera ó virutas que sacaba con su garlopa. Refiriendo una rumantela, y ponderando una bofetada que en ella había dado, decía, verbigracia: Vamos, que le casqué la sopera. Lo cual significaba que había abierto la cabeza á su contrario.

Un caldo de torrezno, que se servía en una sopera con candado para defenderlo de la voracidad de los pajes, un huevo, y algún hojaldre relleno de picadillo con pebre, bastaban a cualquiera de sus colaciones. Algunos viernes, como un acto ritual, bebía una taza de vino y probaba algunos bocados de cerdo, para diferenciarse de moros y judíos.

Katel, Lesselé y Luisa entraron en seguida llevando una enorme sopera que humeaba y dos suculentos asados de vaca, que depositaron en la mesa. Todos se sentaron sin ceremonia, Materne a la derecha de Juan Claudio y Catalina Lefèvre a la izquierda.

Tía y sobrino bajaron la escalerilla, encontrando en el patio a Pampa, que pasaba con la sopera humeante en las manos; ya don Pablo Aquiles se había sentado a la cabecera de la mesa y desdoblaba con calma la servilleta. ¿Qué es esto, caballerito? ¡cómo se hace usted esperar!