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Actualizado: 11 de junio de 2025
Una persona de quien nos podamos fiar, ¿no es eso? ¿Un soldado, un hombre que haya estado en la guerra y que sepa aprovechar la ventaja de nuestras posiciones? Pues bien, ¿por qué no nombráis a Hullin? ¿Hay alguno que sea mejor? Que se levante en seguida y decidiremos. Por mi parte, propongo a Juan Claudio Hullin. ¡Eh! ¡Allá abajo! ¿Lo oís?
Allá lo veremos, mi señor don Alejandro, porque todo se andará. Voy por de pronto a satisfacer la curiosidad de Nieves en cuatro palabras, porque siendo, aunque inmerecidamente, tan íntimo amigo de su padre, no está bien que sea un hombre desconocido para ella... Tanto como eso, no, señor don Claudio. Es un decir; y vamos allá.
Juan Claudio permaneció silencioso: Ya sabía yo que esta muchacha era valiente pensaba el anciano . No le falta nada. Luisa entonces le cogió de la mano, le condujo frente a un batallón de ollas que se alineaban alrededor del fuego y le enseñó, con aire de triunfo, toda la cocina.
Hullin, muy alegre, no era ya el mismo hombre; sus instintos de soldado, los recuerdos del vivaque, de las marchas, de las descargas, de las batallas, volvían a su espíritu a paso de carga; brillábale la mirada, el corazón le latía con más violencia y ya iban y venían en su cabeza ideas de defensa, de atrincheramiento, de lucha a muerte. ¡A fe mía se decía Juan Claudio , todo va bien!
Los hombres de la partida rodeaban ya al caballo, y alargaban el cuello y se quedaban pasmados, junto a la gran hoguera en la que la comida se sazonaba. Es un cosaco dijo Hullin, estrechando la mano de Materne. Sí, Juan Claudio; le vimos en la laguna de Riel, y Kasper le tiró. Varios hombres bajaron el cadáver de la cabalgadura y le tendieron en el suelo.
Una gran multitud empujaba las ruedas, y pocos momentos faltaban para que los cañones alcanzasen lo alto de la meseta. Aquello fue como un rayo sobre la cabeza de Juan Claudio; se puso intensamente pálido, y le acometió un acceso de furor indescriptible contra Divès.
¡Vamos, Catalina! gritó Juan Claudio ; es demasiado; ¿para que detenerse a contemplar semejante espectáculo? Tiene usted razón respondió la labradora ; marchemos. Sería capaz de bajar yo sola para vengarme. Mientras más subían, más frío y fuerte era el viento. Luisa, la hija de los heimatshlos, con una cestilla de provisiones al brazo, iba delante de todos.
No me he embarcado aquí seis veces en mi vida; y en tres de ellas eché los hígados, sólo por asomarme a la boca del puerto. Soy de Astorga, y no hay más que decir. Pero no le apure la dificultad, que si los lances de la mar le gustan a usted... ¡Muchísimo! No han de faltarle medios de satisfacer el gusto. Respondo de ello. ¿De veras, don Claudio?
Si le habla de esos ataques interrumpió el doctor , usted hubiera querido quedarse allí. ¿Y quién puede impedirme hacer lo que quiera? Si ahora mismo quisiera apearme del trineo, ¿no podría hacerlo?... He perdonado a Juan Claudio, y estoy arrepentida... ¡Oh, mamá Lefèvre!, ¿y si muere mientras usted dice eso? murmuró Luisa.
Todo el mundo pensaba que aquello no era anuncio de nada bueno. Sin embargo, aunque muchos sentían un gran temor ante la guerra, aunque las viejas levantaban las manos al cielo implorando a «Jesús, María y José», la mayoría de las personas pensaban en procurarse medios de defensa. En tales circunstancias, Juan Claudio Hullin fue bien acogido en todos lados.
Palabra del Dia
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