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Actualizado: 11 de junio de 2025
Aquí ya se reanimó don Claudio y volvió a su tono y maneras habituales: En resumen dijo a su amigo , que por efecto del paseo, o del sol, o de su apuro por creer que estaba usted con cuidado, o por un poco de cada cosa, Nieves llegó con dolor de cabeza y sigue con él. Justamente, respondió don Alejandro, muy sorprendido por lo súbito del cambio en el humor del comandante.
Juan Claudio se había aproximado. Al cabo de algunos segundos, la anciana, levantando la cabeza, comenzó a decir, mientras le miraba: ¡Qué! Estamos bloqueados; el enemigo quiere rendirnos por hambre. Es verdad, Catalina contestó Juan Claudio . Yo no esperaba esto; contaba con un ataque a viva fuerza; pero los kaiserlicks no saben lo que puede suceder.
Los dos farmacéuticos parecían haber revivido con las oficiosas advertencias de don Claudio Fuertes; pero, en cambio, el receloso Bermúdez entró en nuevas confusiones, porque si sospechoso le había parecido el aire de las palabras del comandante, más sospechosos le resultaban los efectos causados por ellas en el ánimo de los dos Pérez.
Tales son Bourget, Richepín, Taine, Renán, Littré, Claudio Bernard, Flaubert, Pablo de Saint-Víctor y Víctor Hugo. Aunque yo no he leído ni estudiado detenidamente todo cuanto dichos autores han escrito, conozco de ellos lo bastante para tributarles el más rendido homenaje de mi admiración, poniendo sobre todos a Renán como prosista, y a Víctor Hugo como poeta.
Pero es igual, Juan Claudio; saldremos bien de nuestra empresa, siempre que todo el mundo tome parte en ella. ¡Hexe-Baizel, enciende la linterna, porque voy a enseñar a Hullin las provisiones que tenemos de pólvora y plomo!
En aquel momento su mirada fue a caer casualmente sobre el viejo fusil que se hallaba colgado encima de la puerta; lo cogió con mucho cuidado, lo limpió y lo hizo funcionar para ver si marchaba bien. El alma entera de Hullin estaba absorbida por aquella tarea. Esto va bien murmuró Juan Claudio. Y luego, gravemente, añadió: ¡Es curioso! ¡Es curioso!
Luisa se hallaba en brazos de Hullin y lloraba amargamente. ¡Ah, Juan Claudio! decía la señora Lefèvre ; ya sabrá usted lo que ha hecho esta niña. Por ahora, no le digo nada; pero hemos sido atacados. Sí, ya hablaremos de eso después... El tiempo vuela dijo Hullin ; el camino del Donon se ha perdido, y los cosacos pueden estar aquí al amanecer; tenemos muchas cosas que hacer.
El gobernador comenzó a bufar de nuevo, amenazando entre enérgicas interjecciones hacer con mantillas y peinetas lo que Esquilache hizo con capas y sombreros. ¡Pero, hombre, no sea usted mentecato! volvió a decir el ministro con su risa de paleto . Eso tiene muy fácil remedio. ¿Cuál? Llame usted a Claudio Molinos.
Por último, no pudiendo dejar de reír, exclamó: ¡Oh, heimatshlos, heimatshlos! ¡Nadie como tú para hacer bien un paquete y para marcharse sin volver la cabeza! Luisa sonrió. ¿Estás contento? ¡No he de estarlo! Pero mientras hacías todo esto, estoy seguro que no has pensado en preparar la cena. ¡Oh! ¡Eso se arregla pronto! No sabía que venías esta noche, papá Juan Claudio. Es verdad, hija mía.
Casi al mismo tiempo Duchêne gritó desde fuera: Buenas noches, maestro Juan Claudio. ¿Es usted? Sí, vengo de Falsburg y quiero descansar un momento antes de llegar a la aldea. Catalina ¿está ahí? Entonces pudo verse al buen hombre aparecer a la luz con su ancho sombrero echado hacia atrás y el rollo de pieles de carnero al hombro.
Palabra del Dia
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