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Actualizado: 11 de mayo de 2025
Una claridad gris se esparcía en la habitación. Algunos heridos, en la sala contigua, empezaban a sentir el delirio de la fiebre y se les oía llamar a sus mujeres y a sus hijos. Poco después, un rumor de voces, un ruido de idas y venidas, rompieron el silencio de la noche. Catalina y Luisa se despertaron y vieron a Juan Claudio, sentado cerca de la ventana, que las miraba con ternura.
Hullin se volvió en aquel momento y vio a la señora Lefèvre, que se hallaba a algunos pasos, prestando atención a lo que decían. ¿Es usted, Catalina? Nuestros asuntos toman mal aspecto dijo Juan Claudio. Sí; ya he oído; no hay manera de renovar las provisiones. ¡Las provisiones! dijo Brenn con sonrisa extraña . ¿Sabe usted, señora Lefèvre, para cuánto tiempo tenemos víveres?
Luego, Catalina animose y, con voz casi irritada, prosiguió: Usted dirá lo que quiera, Juan Claudio, pero un peligro nos amenaza... Sí, sí; ya sé que esto no tiene para usted ningún valor... Pero, por otra parte, no era tampoco un sueño; era como una antigua historia que se reproduce, una cosa que se vuelve a ver en sueños y que se conoce.
En el momento de la partida no le asusta la tormenta, ni el viento, ni la lluvia torrencial. Sólo tiene un pensamiento, un deseo único, una palabra: «¡En marcha! ¡En marcha!» Una vez terminada la comida, levantose Hullin y dijo a su hija: Estoy cansado, hija mía; dame un beso y vamos a dormir. Sí, papá Juan Claudio; pero no olvides despertarme si sales antes del amanecer.
En fin, esta es mi idea. ¿Qué te parece? Divès miró atentamente a Hullin, cuya vista fija y sombría le inquietaba. Dime, ¿no crees que esto puede ser una solución? Es una idea dijo por último Juan Claudio . No me opongo a ella. Y mirando a su vez al contrabandista frente a frente, le preguntó: ¿Me juras hacer todo lo posible por entrar en la plaza?
Con esa sonrisa me has llevado donde has querido. Y como Luisa le sonriera nuevamente, Juan Claudio y su ahijada se besaron. Pues bien dijo Hullin dando un suspiro ; veamos si los paquetes están bien hechos.
¿Qué sucede? dijo Juan Claudio dejando el martillo. En vez de contestar a esta pregunta, la anciana, mirando hacia la puerta, parecía escuchar algo; luego, al no oír nada, volvió a adquirir su expresión meditativa. El loco Yégof ha pasado la noche última en la finca dijo Catalina. También ha venido a verme esta tarde dijo Hullin, sin conceder gran importancia al hecho, que le parecía indiferente.
¿Qué le pasa a usted, Catalina? preguntó Hullin . Desde esta mañana veo a usted pensativa, a pesar de que nuestros asuntos marchan bien. La labradora, separando lentamente la ropa que arreglaba, respondió: Es verdad, Juan Claudio; estoy inquieta. ¡Inquieta! ¿Y por qué? El enemigo está en plena retirada.
Cuando Claudio se marchó, Lázaro se sentó junto al lecho, y allí estuvo mucho tiempo inmóvil mirando á la enferma, estatua que contemplaba otra estatua, casi tan pálido como ella, esperando á cada expansión del aliento que despertara, observando con la atención moribunda de amante la oscilación de aquella vida comprometida en una crisis.
Ni el uno ni el otro articularon palabra clara al saludar a don Alejandro; y Dios sabe qué término hubiera tenido aquella escena a no desenlazarla don Claudio Fuertes de este modo: Aquí, caballeros, no hay otra novedad que un levísimo dolor de cabeza que ha cogido Nieves esta mañana en un largo paseo, a pie y al sol: una verdadera temeridad... cosas de chicas jóvenes, muy fiadas de su resistencia.
Palabra del Dia
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