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Actualizado: 27 de julio de 2025
Cristeta viene por lo alto de la calle, vestida como él la soñó. Sus enguantadas manos oprimen un grueso devocionario, sujeto con un elástico rojo, y bajo el tul del velo brillan sus rizos de oro. A cada instante vuelve la cabeza hacia atrás. Entonces, don Juan sonríe con orgullo y se dirige lentamente a la puerta. Al cruzar el despacho, lo inspecciona todo por última vez. Nada falta.
Al mirar levantarse agigantado Un pueblo por las leyes gobernado, Vió su trono sangriento bambolear; Ante la ley retrocedió el salvage Y sus hordas hambrientas de pillage Bajo rojo pendon hizo juntar.
La chimenea, listada de rojo, despide un denso humacho negro; el chorro de desagüe surte espumeante y rumoroso; a proa se escapan ligeras nubecillas de la máquina de levar anclas. Lentamente va virando y enfila la boca del puerto; el hélice deja una larga espuma blanca; en la popa resaltan grandes letras doradas: C. H. R. Broberg-Cjobenhun; una bandera roja, partida por una cruz azul, flamea...
Este último era para ellos el detalle más precioso de su indumentaria. Podrían ir rotos y con las carnes más secretas al aire, pero sin un pañuelo rojo, ¡nunca! Era la señal del partido, el símbolo de los «colorados», así como los otros, los adversarios, llevaban siempre en el cuello un pañuelo blanco.
A fuerza de cruzarse las unas con las otras, llegaron pronto a formar círculos concéntricos, uno azul, otro rojo, otro violeta, etc., que giraban sobre sí constituyendo un espectro mucho más rico que el de la luz solar. Al fin aquellos círculos, también desaparecieron, quedando un solo punto luminoso apenas perceptible. Mas aquel punto fué creciendo lentamente.
A la señora María, la Rinchona, mira tú, porque dijo que les quería dar la mano, la abrazaron a vista de todo Dios... luego los había acompañado al Círculo Rojo, y oído la serenata, y el discurso que echó uno de ellos... ¡un viejo que parece un santo!, y otro... un señor serio, de mal color.... ¿Y qué tal, predican bien? ¡Dicen cosas... que se le hace a uno agua la boca de oírlas!
Usan mucho del verde, del rojo y del amarillo. Todo les gusta de mucho color, y muy brillante y esmaltado. Les gustan las fuentes, los jardines, los velos de hilo de plata, la pedrería fina.
¡Caras! ¡caras! ¡nada más que caras, pegadas unas a las otras, que me miran irónicamente como diciéndome: «¡Hanckel, te estás poniendo en ridículo!» Han formado un doble cerco, y nosotros pasamos por el medio; y me sorprenda que nadie rompa con una carcajada el silencio que allí reina. Llegamos al altar que el viejo había fabricado artísticamente con un gran cajón cubierto por un paño rojo.
Mientras comía su mendrugo y el pedazo de queso, pensaba, con la incertidumbre de siempre, si se estaría apropiando un alimento que podía faltar a otros, y esto hizo que se fijase en el único que en toda la gañanía no se preocupaba de la cena. Era un jovenzuelo de cuerpo desmedrado, con un pañuelo rojo anudado al cuello y una camisa por todo abrigo sobre el pecho.
No tiene el Círculo Rojo socios tan opulentos como el Casino de Industriales y la Sociedad de Amigos; pero sóbrale alma y desprendimiento, cuando la ocasión lo requiere, para sangrarse los bolsillos, empeñarse, si es preciso, hasta los ojos y salir con color y presentar una mesa que no le avergüence.
Palabra del Dia
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