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Actualizado: 27 de julio de 2025
La cabeza cubierta con un pañuelo de seda, cuyas dos puntas, traídas sobre la frente, formaban como dos pequeños cuernos. Esos pañuelos eran precisamente los que herían los ojos; todos eran de diversos colores, pero predominando siempre aquel rojo lacre ardiente, más intenso aún que el llamado en Europa lava del Vesubio; luego, un amarillo rugiente, un violeta tornasolado, ¡qué sé yo!
La madera es apreciada en construcción civil por sus buenas cualidades de elasticidad y resistencia; es de color blanco sonrosado con manchas cenicientas, y á veces de un rojo claro muy igual; su madera es sólida y resistente. Baticulin. Madera blanca amarillenta, muy floja y porosa; se labra con facilidad y adquiere buen pulimento.
Herida no tenía, y por fortuna tampoco sufrió golpe de cuidado en la cabeza, porque conservaba su conocimiento, y en cuanto le pusieron en pie empezó a dar voces, rojo como un pavo, apostrofando al carretero que, según él, había tenido la culpa del siniestro.
¡Oh! dijo Silas, que ahora había llegado a comprender la fraseología de Dolly , eso fue lo que cayó sobre mí como un hierro rojo, porque ya lo veis, nadie me quería, nadie me tenía lástima ni en el cielo, ni en la tierra.
El ministro podía permanecer allí de pie, si así le agradaba, hasta que la mañana tiñera de rojo el oriente, sin correr otro riesgo sino el daño que el aire frío y húmedo de la noche pudiera ocasionar á su organismo.
Todas las puertas esteriores eran por lo general rectangulares, formadas por arcos-dinteles inscritos en otros arcos ornamentales de herradura: sus dovelas blancas y de color alternadas: las blancas ricamente exornadas de follages relevados, de estuco; las de color de precioso mosáico de ladrillo rojo y amarillento cortado en menudas piececitas rectilíneas.
Nadie sospechaba su estado. Ana siguió viendo a don Álvaro aun después que la ronda se alejó con sus luces soñolientas. Siguió viéndole en su cerebro; y se le antojó vestido de rojo, con un traje muy ajustado y muy airoso.
Véanos el lector en una inmensa sala, cuyo techo está sostenido por delgadas y elegantes columnas de hierro. Hácia los lados hay dos filas de mesas de granito rojo. En la fila que circuye las paredes del establecimiento, cada mesa está separada por un aparato de madera bruñida, imitando biombos, con el objeto de impedir las corrientes del aire.
La sorpresa le hizo incorporarse, avizorando con inquietud la negra y ondulante mancha de matorrales que se extendía ladera abajo. Este examen duró poco. Un culebreo rojo, una ondulación llameante y breve, seguida de una nubecilla y de un trueno, salió de entre los tamariscos, a corta distancia de él.
No era pintura, ni el color de la salud, ni pregonero del alcohol; era el rojo que brota en las mejillas al calor de palabras de amor o de vergüenza que se pronuncian cerca de ellas, palabras que parecen imanes que atraen el hierro de la sangre. Esta especie de congestión también la causa el orgasmo de pensamientos del mismo estilo.
Palabra del Dia
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