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Actualizado: 1 de julio de 2025


De pronto un joven ha aparecido en un portal. ¿Necesitaré describir este joven? Es alto; va vestido de negro; lleva una cadenita de oro, en alongados eslabones, que refulge en la negrura, como otra idéntica que lleva el consejero Corral, pintado por Velázquez. Es posible que Orsi no conozca este cuadro de Velázquez, y, por lo tanto, no haya advertido dicho detalle.

Y el violoncello comienza su canto grave, sonoro, melancólico, misterioso; un canto que poco a poco se apaga como un eco formidable, mientras una voz fina surge, imperceptible, y plañe dolores inefables, y muere tenue. Es el Spirto gentil, de La Favorita. Orsi inclina la cabeza con unción; su mano izquierda asciende, baja, salta a lo largo del asta...

La niña simple se sienta al piano; Orsi coge el violoncello, y lo limpia, y lo acaricia, y arranca de él agudos y graves arpegios. Luego se hace un gran silencio. El piano preludia unas notas cristalinas, lentas, lánguidas.

Cuando acaba la pieza, Orsi se levanta sudoroso y Azorín le ofrece un refresco. No, no, Azorín contesta Orsi; tengo miedo... un poquito de cognac... El concierto vuelve a empezar. El arco pasa y repasa; el violoncello canta y gime. Un mozo discurre con una bandeja; la concurrencia se va retirando calladamente. Y el violoncello se queja discreto, sonríe irónico, parte en una furibunda nota larga.

Todas estas ideas han pasado rápidamente por el cerebro un poco hueco de Orsi. «Indudablemente ha concluido , yo puedo ser un genio, pero he de reconocer que aquí, en este pueblo, no estoy solo

Y ante el burgués innoble, entre este vulgo ignaro, Orsi y Azorín ¡no podía ser de otro modo! se han reconocido como dos almas superiores, y han ido en compañía de Sarrió que también a su manera es un alma superior a tomar unas olorosas copas de ajenjo. El concierto se ha celebrado en el casino. Había poca gente; era una noche plácida de estío.

Yo le en Madrid; cuando yo le conocí llevaba un pantalón blanco a rayitas negras. Callan un largo rato. Y después Sarrió pregunta: ¿A que no saben ustedes lo que me sucedió a en Madrid una noche? Azorín y Orsi miran a Sarrió con visibles muestras de ansiedad. Sarrió prosigue. Una noche estaba yo en los Bufos; no recuerdo qué función representaban.

Orsi levanta la cabeza; sus ojos brillan; su mano izquierda se abate con un gesto instintivo, todo vuelve al silencio. Luego, en casa de Sarrió, los tres, en el misterio de la noche, ante las copas, bajo la lámpara, evocan viejos recuerdos. Azorín dice Orsi , ¿usted no conoció a Bottesini? Bottesini logró hacer con el violón lo que Sarasate con el violín. ¡Qué admirable!

Y entonces, en ese profundo silencio, Azorín ha dicho: Orsi, toque usted algo de Beethoven... la última sinfonía... estamos solos... Y Orsi ha contestado: Beethoven... Beethoven... Azorín, un poquito de cognac por Beethoven. Y el violoncello, por última vez, ha cantado en notas hondas y misteriosas, en notas que plañían dolores y semejaban como una despedida trágica de la vida.

¡Qué calor, qué calor! exclama Orsi cuando acaba . Azorín a ver, un poquito de cognac... Son las doce. El salón está casi vacío. Diminutas mariposas giran en torno a las lámparas; por los grandes balcones abiertos entra como una calma densa y profunda que se exhala del pueblo dormido, de la oscuridad que en la calle silenciosa ahoga los anchos cuadros de luz de las ventanas.

Palabra del Dia

godella

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