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Actualizado: 17 de junio de 2025


Está triste por las pérdidas que sufre y por los recuerdos. ¡Aquella sobrina que era toda su familia!... Lubimoff sabe por el coronel que no ha heredado nada de ella. La enfermera gastó toda su fortuna en ambulancias y hospitales. Su título es lo único que corresponde á Lewis. Se cumplió su profecía: ya es el tercer lord Lewis, con el apodo de «el Inútil» que él mismo se ha dado.

Pero su voluntad dominaba en los primeros momentos á la fortuna, y... ¡retirándose á tiempo, antes de que ella se rehiciese, con una maldad de hembra brava!... El príncipe acabó por dormirse pensando en Alicia. ¡La pobre!... No sabe; Lewis tiene razón; no sabe... ¡Qué va á saber una mujer hermosa que sólo ha pensado en ella!... Debo ayudarla. Yo soy un hombre. Tal vez mañana... mañana...

Le había parecido más apropiado al carácter del lugar el valerse de estas armas antiguas. Las encontraba más en concordancia con el romántico castillo de Lewis, que dos estacas ó dos bastones. Pero su satisfacción por este hallazgo duró poco. Al levantar los ojos, vió al príncipe, vió á Martínez...

Lady Lewis pertenecía al pequeño grupo de elegidos que desconocen el egoísmo y ansían sacrificarse por el bien; á las eternas santas que existieron antes del nacimiento de las religiones, y que continuarán floreciendo lo mismo cuando la duda haya acabado de arruinar las creencias actuales. Usted es un ángel dijo el príncipe. No protestó ella-: yo soy una amorosa, una gran amorosa.

En sus primeros años de vida en la Costa Azul, el elegante Lewis había adquirido por unos miles de francos las ruinas de una fortaleza señorial que guardaban la tradición dramática de guerras con los condes de Provenza, asaltos y asesinatos de familia.

Así como iban llegando á los últimos límites del desaliento y la desesperación, se encogían y arrugaban. Su sombrero se hacía más grande: cada día bajaba más, hasta descansar en las orejas; el cuello de la camisa se dilataba igualmente, como si fuese á dejar escapar un pecho angustiado. Durante el almuerzo, Lewis, Castro y Spadoni sostuvieron la conversación.

Además, estaba enterado de lo que acariciaba el conde con una mano oculta mientras continuaba su lectura. Al sufrir sin interrupción varios días de pérdida, Lewis se mostraba suplicante: Conde, my dear conde, ¡si quisiera usted prestarme el rosario de Satán!... El sabio personaje parecía dudar.

El único que estaba junto á él era Lewis. ¡Vamos, príncipe! ¿qué es eso?... ¡Serenidad! Tal vez una buena copa de whisky... Toledo oyó un estertor angustioso, un jadeo de pecho oprimido. Respetuosamente apartó una de las manos del príncipe, dejando su rostro al descubierto. Ahora era de un tono de ladrillo, abrillantado por el sudor y las lágrimas. Lubimoff lloraba.

El había corrido de los primeros á alistarse como voluntario: «Mary, soy soldado.» Y Mary había respondido: «Hace usted bienSe escribían de tarde en tarde breves cartas. Tenían cosas más importantes que hacer. El no poseía la hermosura y la fuerza del héroe, como los hermanos de lady Lewis.

El príncipe se restregó los ojos. ¿Qué hora era? La una dijo don Marcos. Todo estaba convenido. El encuentro sería al día siguiente, á las dos de la tarde. No podía realizarse antes; aún le quedaban muchos preparativos por hacer. El lugar escogido era el castillo de Lewis.

Palabra del Dia

rigoleto

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