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Actualizado: 17 de junio de 2025
El verdadero lord Lewis, personaje grave que sostenía el prestigio del nombre paterno, tenía numerosos hijos y había servido á su país en altos puestos coloniales. El, poco á poco, iba perdiendo sus antiguas relaciones, para no ser mas que un jugador en Monte-Carlo. ¡Veinticinco años! había dicho melancólicamente un día al príncipe . ¡Y jamás podré hacer otra cosa!
Hablé para hombres dijo Toledo con orgullo , para hombres estropeados por la guerra; un público de héroes... No ha habido en el entierro una sola mujer. Esto fué lo más interesante para el príncipe: «Ni una mujer.» Y volvió á preguntarse una vez más qué sería de Alicia. Al caer la tarde, cuando estaba paseando por sus jardines, vió venir á lady Lewis precedida del coronel.
Escuchaba ya su voz irónica: «¡Nada de mujeres!» Y la primera que se presentaba lo hacía marchar ante su paso, confuso pero obediente, lo mismo que un prior que rompe la clausura para recibir á una reina. La inquietud le hizo hablar al coronel, que iba silencioso á su lado, acompañándole desde la verja al edificio. ¿Dónde estaba Castro?... En la biblioteca, con lord Lewis.
Era él mismo quien se atormentaba con sus deseos y sus desilusiones. De persistir en sus ideas de meses antes, cuando abominaba de las mujeres, no habría sufrido la menor alteración en su cuerda existencia. Además, ¿dónde estaba? ¿no podía verla?... Estas preguntas las interrumpió lady Lewis. Continuaba sonriendo dulcemente, pero su voz reveló la firmeza de una voluntad inquebrantable.
El lord ha llegado mientras Su Alteza estaba en el jardín. Viene á almorzar. ¡Simpático inglés! Ocurrírsele escoger este día, espontáneamente, después de tantas invitaciones inútiles. Estando él presente, Castro sólo hablaba del juego. Y corrió en busca de Lewis. Era hijo de un gran historiador, al que su patria había premiado con el título de lord.
Pero Novoa era otro hombre, incapaz de sentir el maligno placer de los maldicientes, que se regodean con las torpezas ajenas. Además, Miguel le tenía por muy franco, y pronto se convenció de ello. Tranquilamente, sin pensar si con sus palabras molestaría al otro, el profesor aludió á lo ocurrido en el castillo de Lewis.
El coronel, ofendido por la duda, repite con energía: «Aquí es.» Se acuerda de que fué el único hombre que figuró en el entierro. Tres enfermeras, la señorita Valeria y él, nada más, siguieron el féretro hasta estas alturas. ¡Pobre duquesa de Delille!... Se conmueve Toledo al recordar su muerte inesperada. Lady Lewis la había enviado al frente.
Mary Lewis se consideraba feliz por haberse lanzado desde el primer momento en la buena dirección, sin el largo rodeo de los otros para llegar tarde á la verdad. Yo he tenido mi novela, como todos. Dijo esto con sencillez, pero al mismo tiempo la poca sangre que le restaba animó su rostro con tenue rubor, como si fuese á confesar algo extraordinario.
Y mientras ella se fingía algo enfadada para evitar nuevas explicaciones, Miguel recordó el rosario de Satán del amigo de Lewis y sus extraños adornos. El carruaje empezaba á ascender por la cuesta de Mónaco. Los buques y el puerto parecían hundirse gradualmente á cada vuelta de sus ruedas.
Palabra del Dia
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