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Actualizado: 14 de julio de 2025
Tras estas palabras, tomó plaza, en boca de mi amigo, una poética leyenda que hacía referencia á los sitios que pisábamos, á la cascada, á un grandioso puente sin concluir que se encuentra no lejos de aquel lugar, y sobre todo á demostrar que en Filipinas las mujeres aman, los pájaros cantan y las flores huelen.
Dentro del saloncito había asimismo plantas y flores en vasos de porcelana. Una jaula grande encerraba multitud de pájaros que alegraban la estancia con sus trinos y gorjeos.
Ojeda se imaginaba el pobre cementerio de aldea donde habría podido descansar eternamente el mísero Pachín, bajo lágrimas de escarcha en el invierno, entre flores y revoloteos de insectos al llegar el verano. Aquí no volvería a la tierra madre. La oceánica aventura había trastornado el final de esta existencia.
Ceñido siempre el arnés de batalla, no dá punto de reposo á los enemigos del Islam, y mientras el Califa se hunde con la gloria de los Umeyas en su lecho de flores, hace él que sus soldados recojan cuidadosamente despues de cada refriega el polvo de sus arreos militares para que á su muerte no le sepulten en otra tierra que la recogida en sus innumerables victorias.
Ahora mismo, en esa música que acabas de hacerme oír y que he escuchado tantas veces, he percibido nuevas melodías que no sospeché jamás y el aroma de mis flores me produce sensaciones que nunca conocí y que quizá no vuelva ya a percibir cuando haya recobrado la salud por completo.
Amaury se había prestado a ello y le llevaba del jardín al lecho las flores que ella quería. ¡Papá! exclamó al ver al doctor. ¡No puede usted imaginarse cuánto le agradezco la sorpresa que Amaury, con el permiso de usted, me ha dado al devolverme el aire y las flores!
Entonces era como planta silvestre de flor menuda y desabrido fruto, y ahora como planta cultivada con el mayor esmero, rica en flores odorantes y pomposas y en los frutos más exquisitos y sazonados.
A los pies de ese símbolo sublime se ve al poeta, como profeta y sacerdote, que traza sus rasgos en los muros del edificio, y presta voz á las flores y á las guirnaldas que adornan sus columnas, y hace oir la música, que baja harmoniosa de sus altas bóvedas.
Y no podía menos de admirar a su compañero el P. Narciso, que se pasaba las horas muertas confesándolas con la misma afición que el primer día. No sólo las confesaba, sino que, por uno u otro motivo, siempre estaba entre ellas: unas veces eran las Flores de Mayo, otras la novena de las Hijas de María, otras la congregación de San Vicente de Paul, etc.
Palabra del Dia
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