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Actualizado: 20 de julio de 2025
Entonces, el señor Durand, el-calafate de a bordo, se aproximó, tomó el pulso al paciente; después, ensayando una mueca, se encogió de hombros e hizo un signo significativo a maestro Zeli. El gratel funcionó de nuevo, pero su sonido ya no era seco y restallante como cuando caía sobre una piel lisa y pulida, sino sordo y mate como el ruido de una cuerda que golpease una boya.
Los veteranos que se calentaban al sol, junto á las barcas en seco, al tender su vista, habituada al sondeo de los dilatados horizontes, alcanzaban á ver un punto casi imperceptible, un grano de arena danzando á capricho de las olas. Todos emitían á gritos sus conjeturas. Era una boya ó un pedazo de mástil, restos de un lejano naufragio.
De vez en cuando, sobre las aguas rojas, que parecían de barro líquido, cabeceaba una boya con un farol en la cúspide y un número blanco en el vientre, indicador de los kilómetros entre Buenos Aires y Montevideo. El Goethe marchaba entre una doble fila de estas balizas, que marcaban el canal para los buques de gran calado.
Sí, sí continuó Massareo , ¡por San José! ¡conozco tus astucias! te meneas menos que una boya para que me ponga a tu alcance... Entonces tú arrojarías, a mi pobre barco una andanada de azufre que nos haría arder lindamente... ¡o me jugarías alguna otra pasada diabólica! Pero Dios protege al viejo Massareo.
Pues se zambullía al embajador en el Sena, que ya tenía el tal don Salustiano vientre bastante para sobrenadar lo mismo que una boya... ¿Que Thiers se enfadaba? Pues se cogía a Thiers por su copetito de pelos y se le enviaba a cuidar de su casa, dejando en paz la del vecino, y ¡chitón, chitito!...
Sonó en el mar el ruido de un chapuzón, y una luz balanceante comenzó a apartarse del buque. Era Tritón que se marchaba. Un berrido a proa y a popa de los emigrantes, que sólo de lejos participaban de la fiesta, saludó la fingida retirada del personaje submarino. «¡Adiós, borracho! ¡Expresiones a Neptuno!...» La boya, con su farol, salió del espacio iluminado por las bengalas.
En mitad del puerto, el yate blanco del príncipe de Mónaco estaba inmóvil, tirando de su boya. Junto al muelle cercano unas cuantas tartanas cabeceaban, moviendo su mástil único, y un vapor español, ostentando su bandera neutral, descargaba sacos de arroz y toneles de vino. La presencia de varios grupos de hombres diseminados frente á las embarcaciones les impuso prudencia. Dejaban de estar solos.
Era una boya que no cabía ya en ninguna parte, ni concebía otra postura, relativamente cómoda, que la de las boyas, flotando, la cual era irrealizable, tan irrealizable como su viaje a España, si Dios no hacía el milagro de enflaquecerla una tercera parte cuando menos, en lo que faltaba de primavera, para poder embarcarse en los primeros meses del verano.
Durmió media hora, y, durante ella, soñó mil disparates: ahora se encontraba en un inmenso palacio deshabitado, donde cierta sombra, que vio cruzar, le causó un terror extraño, que jamás había sentido: ahora se iba a batir dentro de una iglesia con un hombre que no conocía, y que resultaba ser D. Valentín, el tío de Maximina, el cual, sin saber cómo, se convertía en gato y se arrojaba sobre él, clavándole las uñas al cuello: después se vio en medio del mar, flotando como una boya, a merced de las olas, sin esperanza de que nadie viniese a socorrerle.
El Sorsogon disminuyó su marcha, evitando con grandes precauciones los bajos de que estaban sembradas aquellas mares. Una boya que se balanceaba á un tiro de pistola de un rústico pantalán de madera se puso al alcance de las maniobras del barco y ... ¡fondo! gritó el capitán, confundiéndose él ruido de hierro de la cadena, con el del bronce de dos campanas que tocaban en tierra.
Palabra del Dia
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