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Actualizado: 2 de mayo de 2025


Y allá abajo, dentro de sus jaulas, cómo parecían decirse los canarios: ¡Oh! ¿Pues no se come ese señor de una sentada todo el pestiño? Efectivamente, me lo comí todo y casi sin darme cuenta de ello, distraído como estaba mirando a mi alrededor aquella habitación clara y apacible, donde flotaba como un olor a cosas antiguas.

Desde muy lejos percibí el ruido de los cascabeles de los caballos, y vi acercarse encuadrada en la verde cortina que formaban los setos vivos, la silla de posta, blanca de polvo, que cruzó el jardín y se detuvo delante del portal. Lo primero que impresionó mis ojos fue el velo azul de Magdalena que flotaba detrás de la portezuela del carruaje. Bajó ligera y se abrazó a Oliverio.

También recordó un pasaje bíblico: Moisés orando con los brazos levantados, porque, de bajarlos, sería vencido Israel. Entonces se le ocurrió realizar algo que le flotaba en la imaginación.

La esclava salió y poco después entró con un vaso lleno de un líquido rojo en que flotaba una rueda de limón y puesto sobre una salvilla de plata. Montiño se quedó solo, pensando alternativamente en las cosas siguientes: Primero en doña Clara. Después en la reina. Luego en su banda de capitán. Por último, en Dorotea.

Por incertidumbre y turbación de espíritu. En su memoria flotaba una frase preñada de misterios. Cristeta le había dicho al separarse la noche anterior: «... ¡resoluciones extremas!» ¿Qué pretendería? En un segundo imaginó don Juan mil clases diversas de resoluciones extremas.

Flotaba en su imaginación el proyecto feliz de trasladar El Faro de Sarrió a Madrid y hacerlo diario con el título de El Faro de las Provincias.

Pero no pendía del hilo, sino que, al contrario, flotaba en el espacio tirando de él. Era del tamaño de un palomo, pero desarrollaba una fuerza impropia de su volumen, fuerza que mantenía el hilo de plata con la tensión vibrante de una cuerda de piano, no permitiendo que el hombre contrajera su brazo.

Para convencerse de ello, es suficiente ver a Munich. La noche de mi llegada, una hermosa noche de domingo llena de estrellas, toda la población vagaba por las calles. Flotaba en el aire un alegre rumor confuso, tan vago ante la luz como el polvo que levantaban los pasos de todos aquellos paseantes.

Aunque usted no lo crea, le diré que ya mi alma la había adivinado, que ya su imagen pura y graciosa flotaba vagamente en lo íntimo de mis pensamientos. ¡Pero qué lejos estaba de sospechar, cuando por vez primera fijó usted en sus ojos brillantes, lo que había de suceder tan presto!

Vestido de señorito, tenía algo de gitano; cuando se disfrazaba de chulo, todos reconocían en él al señorito. Era un ser doble, que flotaba entre la decencia y el encanallamiento. Según decían sus amigos, causaba sensación entre las mujeres.

Palabra del Dia

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