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Quizá sea como la hechicera Arleta, que se disfrazaba de moza y enamoraba y seducía a todos los hombres. Su hermosura, sustancial o aparente, no se puede negar. Tiziano, no hace mucho tiempo, se complació en retratarla en un cuadro delicioso.

Había abandonado sus ropas de jinete campestre y exhibía con satisfacción pueril los trajes con que le disfrazaba un sastre de la capital. La suerte de campos y ganados no le inspiraba inquietudes. Su fortuna, dirigida por Desnoyers, estaba en buenas manos. Este es muy serio decía en el comedor ante la familia reunida . Tan serio como yo... De éste no se ríe nadie.

Todo lo sabe, todo lo dispone La santa y hermosisima doncella, Que admiracion como alegria pone. Preguntele al parlero, si en la bella Ninfa alguna deidad se disfrazaba, Que fuese justo el adorar en ella. Porque en el rico adorno que mostraba, Y en el gallardo sér que descubria, Del cielo, y no del suelo semejaba.

Sentía Obdulia en aquel momento así... un deseo vago... de... de... ser hombre. Hombre era, y muy hombre, el maestro de escuela Vinagre, don Belisario, que se disfrazaba de Nazareno en tan solemne día, según costumbre inveterada y era el más terrible Herodes de primeras letras los demás días del año.

Gonzalo dejó hablar al Marqués, que fué prolijo hasta la impertinencia, sin pestañear, afectando una tranquilidad que no sentía. Está bien dijo cuando terminó. Acepto, desde luego, el desafío. Estoy pronto a realizarlo como y cuando ustedes gusten... Un poco original es añadió, al cabo, con risita nerviosa, que disfrazaba mal la cólera que le dominaba.

Vestido de señorito, tenía algo de gitano; cuando se disfrazaba de chulo, todos reconocían en él al señorito. Era un ser doble, que flotaba entre la decencia y el encanallamiento. Según decían sus amigos, causaba sensación entre las mujeres.

De Pas se vio cogido por la rueda que le sujetaba diariamente a las fatigas canónico-burocráticas: sin pensarlo, contra su propósito, se encenagó como todos los días en las complicadas cuestiones de su gobierno eclesiástico, mezcladas hasta lo más íntimo con sus propios intereses y los de su señora madre; con cien nombres de la disciplina, muchos de los cuales significaban en la primitiva Iglesia poéticos, puros objetos del culto y del sacerdocio, se disfrazaba allí la eterna cuestión del dinero; espolios, vacantes, medias annatas, patronato, congruas, capellanías, estola, pie de altar, licencias, dispensas, derechos, cuartas parroquiales... y otras muchas docenas de palabras iban y venían, se combinaban, repetían y suplían, y en el fondo siempre sonaban a metal y siempre el lucro del Provisor, el de su madre, iba agarrado a todo.