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Miquis veía lo que todo el mundo ve: muchos trenes, algunos muy buenos, otros publicando claramente el quiero y no puedo en la flaqueza de los caballos, vejez de los arneses y en esta tristeza especial que se advierte en el semblante de los cocheros de gente tronada; veía las elegantes damas, los perezosos señores, acomodados en las blanduras de la berlina, alegres mancebos guiando faetones, y mucha sonrisa, vistosa confusión de colores y líneas.

Una fila de damas ocupó un banco, esperando cada una con una caja de fósforos en la mano. Venía corriendo hacia ellas otra fila de hombres con cigarrillos en la boca y las manos atrás. Crujían los fósforos al inflamarse, y una salva de aplausos acompañaba al primero que conseguía volver a su asiento con el cigarrillo encendido.

Muchas damas y caballeros la siguieron, dispuestos a caer sobre las provisiones de Villamelón como una nube de langostas, y el pasmo de todos fue entonces grande... Sorprendieron al moribundo marqués en un rincón del comedor, apoyado en un trinchero de roble, zampándose en pie y a toda prisa, y mirando a todas partes azorado, una inmensa jícara de suculento chocolate, con una pirámide colosal de dorados picatostes... Pasado el primer susto, y no escuchando ya en la casa otro ruido extraordinario que el incesante ir y venir de la gente que de la calle entraba, Villamelón sintió en toda su pujanza el aguijón más terrible que podía hostigarle: ¡el aguijón del hambre!

La condesa d'Aulnoy, con ocasión de una visita, que hizo en Toledo al cardenal Portocarrero, se expresa de este modo: «Cuando volvimos á la habitación del Cardenal, nos llevaron á un salón espacioso, parte del cual estaba ocupado por muchos caballeros, y la otra parte por muchas damas. Levantábase allí un escenario.

Las damas que hicieron este aleve, Haciendose justicia sin justicia, Eran de bajo ser; que bien se debe Aquesto presumir de su malicia. Ninguna de valor á tal se atreve, Aunque es de las mugeres sin justicia, Ingratitud, maldad, lágrimas, lloro, Mentiras, y venganzas su tesoro. Pregunten á Aristoteles qué sentia De la muger?

Estas agitaciones espirituales, estas luchas de sensibilidad y abnegación entre las piadosas damas que allí asistían, eran precisamente las que daban algún interés dramático a aquel mundo sereno, inocente.

Poseía un repertorio completísimo de narraciones de disgustos domésticos entre lo más acomodado de la sociedad, que se complacía en contar oportunamente, y escribía revistas de bailes, detallando los trajes y prendidos de las damas. Llevaba las patillas teñidas de rubio y afeitado el bigote, que empezaba descaradamente a blanquear.

Con la algazara que el caso requería se fué acomodando en los primeros aquella crema delicada de la salvajería madrileña. Predominaban los hombres. Las damas se habían retraído por no hallar suficiente grata la perspectiva de visitar una mina. Pero aún había bastantes para amenizar la excursión, y entorpecerla también.

Como yo en este punto tengo la manga mucho más ancha que el señor Taylor, absuelvo de casi todas sus culpas, sin imponerles la menor penitencia, tanto á las damas elegantes de Madrid, como á las de los Estados Unidos, que me parecieron guapísimas, discretas y divertidas, durante los dos años que pasé en aquella tierra. Mi indulgencia es fenomenal para con las señoras.

Viose cubierto de riquísimos paños, con las manos aprisionadas en guantes olorosos y arrastrado en coche, del cual tiraban cisnes, que no caballos, y llamado por reyes o solicitado de reinas, por honestas damas requerido, alabado de magnates y llevado en triunfo por los pueblos todos de la tierra. Entre dos cestas La Nela cerró sus conchas para estar más sola.