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Actualizado: 26 de junio de 2025
Franca y recta nuestra vizcondesa, otorgaba generosa y tal vez excesiva confianza a los nobles y leales procederes; así, pues, dado este sentir, consideradas estas circunstancias, parecióle imposible que ningún expediente cualquiera pudiese dar el laudable resultado que perseguía.
No tardó la vizcondesa en divisar al marqués, quien lentamente se paseaba en la convenida alameda, y como aquél reconociese a su vez a la de Aymaret, se aproximó en seguida, no sin que la consternada fisonomía de la joven dama hubiérale ya tácitamente revelado cuál fuese su definitiva sentencia. ¡Que no! se anticipó a decir a su confidente.
Los psicólogos lo mirarían quizás como una víctima del determinismo, pero para el común de mártires era sencillamente un tunante. Tenía agradable aspecto, y no le faltaba inteligencia; mucho lo había amado su mujer, pero él hubo de observar tal comportamiento con ella que la vizcondesa concluyó por profesarle el más completo desprecio.
Como la vizcondesa le manifestase su admiración: ¡Magnífico! exclamó el artista alegremente . Repite usted lo que Pedro me decía hace un momento, y cuando sus apreciaciones de usted coinciden con las de aquél, hay motivo para estar contento. ¿Está aquí Pierrepont? Sí, da con Beatriz una vuelta por el parque... me parece que han ido a la avenida de los arrayanes... ya usted sabe el camino.
¡Pues bueno! obedezco... me iré mañana... si no hay vapor en nuestros puertos marcharé a tomar uno en Inglaterra... Esta noche le mandaré la carta para Fabrice... se la entregará usted en tiempo oportuno... Adiós, señora... Estrechó efusivamente con sus dos manos la mano de la vizcondesa y se retiró. Dos días después se embarcaba en el Havre con rumbo a los Estados Unidos.
La vizcondesa salió, pero antes paróse un momento en el umbral del taller para enjugar sus lágrimas que arrasaban sus ojos; por fin, dirigióse con rápido, paso hacia las habitaciones de Beatriz: ésta, que esperaba el resultado de la entrevista paseando febrilmente por las alamedas del jardín, corrió al encuentro de Elisa desde que la viera aparecer, e interrogándola angustiosamente: ¿Y bien?
Esperó un momento la vizcondesa, y viendo siempre a aquel impasible y mudo: Señor Fabrice le dijo estrechando las manos del artista , ¿me dejará usted partir sin concederme una frase de esperanza?... Ya su honor está a salvo... ¡Tenga usted piedad de su hija!... ¡Tenga piedad también de la pobre culpable!... ¡Ha sufrido y sufre tanto!... ¡Ha expiado y expía con tanta usura su pecado!... ¡Y si aun me atreviera a añadirle algo!...
El que ha tenido más éxito de sus libros, y, según dicen, ha contribuido más a extender y cimentar su reputación, es su novela de * que nadie ha leído todavía. Sería inútil redundancia alegar que, dados sus principios, su devoción y su ilustre apellido, la señora Vizcondesa firma sus obras con un seudónimo: es un buen recurso para asegurar aplausos.
¡Absolutamente! replicó Pedro sonriendo . Solamente vengo a pedir a usted un favor un tanto enojoso... ¿Podría hablar a usted un momento a solas? La vizcondesa echóle sorprendida y curiosa mirada. ¡Entremos! replicóle después. ¿Puedo cerrar las puertas? preguntó el marqués. ¡Ciertamente! Pierrepont cerró las ventanas sentándose a algunos pasos de la vizcondesa.
Autorizó, pues, a la señora de Aymaret para que indicase al marqués cómo ella, Beatriz, deseaba su matrimonio, pidiéndole únicamente a su amiga que en lo sucesivo nunca le hablase de Pedro, ni jamás le advirtiera, si debía partir, la época de su viaje. Antes te quería le dijo con sencillez la vizcondesa , ¡ahora te venero!
Palabra del Dia
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