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Actualizado: 16 de mayo de 2025
¡Lejos de esta gente! me dije esa mañana al salir de la misa de doce, y me fui a mi casa, a mi pobre casita, resuelto a no tratar más ni con los tertulios de la botica ni con las señoritas Castro Pérez, y decidido a no venir a Villaverde sino de tiempo en tiempo. Después de la comida me puse a escribir. La idea de que Linilla padecía y lloraba por causa mía me tuvo inquieto toda la tarde.
Fortunata sintió ruido en la puerta y esta voz: «¿Se puede?». «Pase usted, D. Segismundo» dijo reconociendo al regente de la botica. Y entró el tal con cara risueña y actitud oficiosa, como de persona que cree ser útil. Estaba la joven incorporada en su lecho, con chambra y pañuelo a la cabeza. «¡Qué reguapa está! pensaba Ballester al saludarla, apretándole mucho la mano . ¡Lástima de mujer!».
El mejor día, luego que me deje el reuma, le largo un artículo morrocotudo, en latín, en latín crespo y ciceroniano, y entonces ya veremos, ya veremos si es capaz de entender una palabra... ¡una sola! ¡Y el otro! ¡otro que bien baila! ¿Ocaña, Jacinto Ocaña, el que vino de Pluviosilla tan sabio como un guardacantón, y que ahora regenta la «Escuela del Cura?» Este no habla mal de mí en los mentideros, ni me insulta en los periódicas, ni se burla de mis canas en la botica de Meconio, no; pero un día, en «El Puerto de Vigo», en la tienda de mi compadre don Venancio, cuando ya se acercaban los exámenes, dijo que no quería que yo fuese de sinodal a su escuela porque mi método es «anacrónico». ¿De dónde habrá sacado la palabreja?
Sin desembrollar este lío, que pasó por su cabeza como un relámpago, oyó que le decía Nieves, por despedida también y también muy afectuosa: Y al subir a comer con nosotros, no se le olviden a usted ciertas acuarelas que deseamos ver. Esto ya estaba más claro; pero no todo lo que debía de estar. Era indudable que su padre se había despachado a su gusto aquella tarde en la botica.
A eso de la una, Ballester se fue a su botica y los dos Josés a la casa de la Cava. Era domingo y ninguno de los dos tenía ocupaciones. Izquierdo mandó a Encarnación por una grande de cerveza, y sacando de una caja muy sucia el juego de dominó, extendió y mezcló las fichas para empezar una partidita.
Ya en este terreno, D. Evaristo se descubrió más: «Amigo dijo parándose en la puerta de la botica . Su mujer de usted me ha parecido una mujer defectuosísima. Aunque la he tratado poco puedo asegurar que tiene buen fondo; pero carece de fuerza moral. Será siempre lo que quieran hacer de ella los que la traten». Maximiliano le miraba con ojos atónitos. Lo mismo pensaba él.
Durante la comida le colmaron de cuidados, creyéndole indispuesto. Doña Antonia supuso que tendría jaqueca y le excitó á que fuese á reposar. D. José, después de decirle lo mismo, se largó á la botica. Lucía, con más vivo interés, trató de informarse mil veces de la causa del disgusto de su tío; pero no consiguió nada.
Cuando iban por la calle, doña Lupe, que comprendió cuánto había impresionado a su sobrina el encuentro con la señora de Santa Cruz, intentó dos o tres veces aludir a esto; pero la prudencia y un sentimiento de delicadeza retuvieron su charlatana lengua. iv En el portal de su casa se separaron; doña Lupe subió y Fortunata fue a la botica, donde Maxi estaba solo, haciendo un emplasto.
Charló conmigo unos cuantos minutos, y luego me dijo, poniendo su mano en mi cabeza: Ya ves, tengo muchos marchantes... y ya lo sabes: el que tenga tienda que la atienda.... Allá te veré.... Esta noche iré a cenar contigo. Vete a pasear... diviértete, que bastante habrás trabajado desde que te fuiste.... Al pasar frente a la botica de Meconio oí que me llamaban.
Las embusteras son ustedes... ustedes, con esas conciencias cargadas de crímenes... Doña Lupe cruzaba las manos y miraba al Cielo, invocando la justicia divina. Fortunata expresaba un gran abatimiento, cual si su paciencia tocase ya al punto en que agotarse debía. «Mira dijo la viuda , vete a la botica, ponte a trabajar, y con la distracción se te despejará la cabeza».
Palabra del Dia
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