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La Marquesa sabía que en su casa se enamoraban los jóvenes un poco a lo vivo. A veces, mientras leía, notaba que alguien abría la puerta con gran cuidado, sin ruido, por no distraerla; levantaba los ojos; faltaba Fulanito: bueno. Volvía a notar lo mismo, volvía a mirar, faltaba Fulanita, bueno ¿y qué? Seguía leyendo.

Terminóse al fin el almuerzo y Currita salió del comedor del brazo de su prima, llevando en la mano un platito de porcelana con migas de pan, para dar de comer a los pececillos de colores que en una magnífica pecera de cristal y bronce dorado adornaban una de las galerías... La enamoraban a ella aquellos animalejos de colores tan brillantes, y la pesca era, entre los placeres del sport, el que más emociones le causaba.

Frígilis había advertido a don Víctor, al ponerle la cruz al pecho, que a doña Anuncia la enamoraban los discursos que no entendía y las condecoraciones. Quintanar mientras hablaba se sentía en ridículo; pero la vieja estaba fascinada. «Don Frutos, pensaba ella había aplastado terrones en los suburbios de Vetusta, doce años antes; se acordaba de haberle visto en mangas de camisa».

Gutiérrez no podía darme nada de esto. Los galanes que me enamoraban no podían dármelo tampoco. Yo sufría, yo estaba humillada: yo soñaba en el gran señor que debía cubrirme de oro. Me importaba poco que fuese viejo y feo, con tal de que fuese rico y generoso. Yo necesitaba humillar á mis compañeras. Una tarde vi en un aposento á un señor muy grave y muy tieso, y al parecer muy rico.