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Actualizado: 12 de julio de 2025


Por fortuna, nadie había en la galería por donde atravesaba. Ahora dijo para la condesa, continuando en su marcha y en su pensamiento es necesario que esta carta llegue á manos de mi padre, sin que la lleve yo... ¡bah! renuncio á mi venganza á trueque de que mi padre y señor pudiera reconocerme; preferiría irme á él con la cara descubierta, y mostrarle la carta de don Rodrigo.

Cuando estuvo un poco mareado sacó la carta del cajón, lanzóse a la calle con brío, y en el primer buzón con que tropezaron sus ojos, ¡zas! la encajó. ¡Dios mío, qué he hecho! Disipóse la borrachera.

No comentó Sarto; pero también sabe dictar una carta muy zalamera. Tuve la misma idea y ya iba a rasgar el anónimo cuando noté unas líneas escritas al dorso: «Si el Rey duda, consulte al coronel Sarto...» ¿Eh? hizo el veterano asombrado. ¿Me toma por tan sandio como a usted?

-No era sino rubión -respondió Sancho. -Pues yo te aseguro -dijo don Quijote- que, ahechado por sus manos, hizo pan candeal, sin duda alguna. Pero pasa adelante: cuando le diste mi carta, ¿besóla? ¿Púsosela sobre la cabeza? ¿Hizo alguna ceremonia digna de tal carta, o qué hizo?

Media hora después estaba yo en mi casa. Me encerré en mi cuarto y escribí larguísima carta. ¡Ay! Una carta que nunca llegó a manos de Angelina. A las siete, cansado de esperar a mi tía Pepilla, me senté a la mesa. Juana se apresuró a servirme. En esos momentos llegó la anciana. ¡Ay, Rorró! ¡Qué dirás de mi! ¡Pero, hijito de mi alma, qué misa tan larga! ¿Ya te desayunaste? ¿No?

Grandes personajes nos visitan con frecuencia, hay muchas fiestas, y yo deseo presentarme con un aspecto bien como el que más. Esto puede ayudarme en mi carrera y...» Se detuvo Moreno para rascarse la cabeza con el mango de la pluma. Luego siguió escribiendo, con el mismo gesto infantil de inquietud y remordimiento, hasta llenar las cuatro páginas de la carta.

Es cierto que se hacía culpable del pecado de desobediencia, pero Dios sabía por qué lo hacía y había de perdonarla, en razón de sus buenas intenciones. Susana tomó la carta. Lo que Quilito decía, ya se adivina.

Necesito, además, escribir esta segunda carta para disculparme de no rasgar la primera; porque, después de la longánima docilidad con que se somete usted á mi censura, tal vez acerba, y me la paga en alabanzas, parece ruindad en el que mi censura se haga pública, y el que, siendo yo, por lo común, indulgente y hasta lisonjero con los extraños é indiferentes, me extreme por la severidad con usted, á quien cuento entre mis mejores amigos.

En fin: sabe Facundo que un joven Rodríguez, de lo más esclarecido de Tucumán, ha recibido carta de los prófugos; lo hace aprehender, lo lleva él mismo a la plaza, lo cuelga y le hace dar seiscientos azotes.

He leído, releído y meditado su carta de usted, mi buen señor cura, a fin de hacer entrar en el espíritu que la ha dictado y que quiero que sea mi regla de conducta: «No discutir jamás las cuestiones de fe...» ¡Cómo me agrada esto!

Palabra del Dia

perpetuaría

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