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Actualizado: 12 de octubre de 2025


Leed, leed, doña Juana, porque yo no me atrevo á leer esa carta dos veces.

El Gran Capitán no supo callar entonces. Contó a doña Beatriz los fugitivos amores de su mocedad primera. Y hasta hay quien dice que le citó, asomando el llanto a sus ojos, algo de la carta que le había escrito doña Mencía, y que él conservaba piadosamente en la memoria.

De esta manera sabía yo de ella, al recibir la carta de mi tío, poco más de lo que se sabe, por conjeturas o por comparación, de otras semejantes que se han visto «al pasar», y muy de prisa.

Era la otra carta, larga también, para el tío Frasquito, escrita con grandes visos de misterio, asegurándole haber conjurado el peligro a fuerza de astucia y de dinero, y prometiéndole la completa extirpación del misterioso «¡Mentecatoen cuanto llegara él a Madrid y pudiera comunicar a las logias las órdenes que de Italia llevaba.

D. Francisco estaba tan ocupado en desenredar el espantoso lío de ideas que la carta armó en su mente, que aún no había tenido tiempo de indignarse.

Francisco Montiño leyó tres veces la carta cada vez más reflexivo, se encogió al fin de hombros, y dijo, guardando cuidadosamente la carta: ¿Qué habrá aquí encerrado?

Quiero volver con usted, padreEsta carta se cruzó con otra que Xuantipa había escrito a Angustias de sobremesa, fresca aún la noticia de la fuga y en el primer impulso de la iracundia: «No vengas a manchar esta santa casa. Esconde tu vergüenza en donde nadie te encuentre ni te conozca ni nos conozcaCuando Belarmino recibió la carta de Angustias, rompió a llorar y a reír.

En aquel momento sonó una detonación, y poco después se oyeron las voces de los criados que gritaban: ¡Fuego! ¡fuego en la cámara de su excelencia la señora condesa! ¡Eso es que Quevedo se me escapa! exclamó doña Catalina. Y corrió desolada al lugar del incendio. Entre tanto el conde sacó del bolsillo una carta, la retorció y la puso á la luz. Aquella carta ardió.

También a Nieves, que ya se había alarmado no poco al ver el continente de su padre, le tembló la carta entre las manos: primero por zozobra, y después por indignación.

Si la coge en aquel momento, la mata. <tb> Al anochecer se presentó en la casa un mozo de cuerda, mostrando tal empeño por entregar al señor una carta en propia mano, que para tomarla de la suya don Juan, todavía mohíno, salió al recibimiento.

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