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Actualizado: 12 de octubre de 2025


La niña, sin decir nada, volvió a tomar mi brazo. Caminamos un buen pedazo en silencio. Yo iba pensando ansiosamente en lo que iba a decir y en lo que iba a hacer, sobre todo en lo que iba a hacer. Al fin, Teresa lo rompió, preguntándome resueltamente: ¿No me dijo V. por carta que me quería? ¡Pues ya lo creo que la quiero a V.!

Y sy V. Ex.^a mandare que yo vaya a hazer la salua, yo yré. De V. Ex.^a muy humilde y obligado seruidor. Ant. Perez. Bibl. Nac. de París, Fr., 3.652, fol. 37. Colección Morel Fatio, núm. XLVII. Pone por nota esta oportuna y curiosa referencia, tomada de una carta dirigida en 1596 desde St. Omer á D. Pedro Espíndola, en Madrid.

Todos, aunque seamos optimistas, tenemos ratos, y días y semanas de mal humor, de tristeza y de abatimiento. Así estaba yo, poco ha, cuando escribía á un amigo diplomático extranjero, á quien quiero mucho, una melancólica carta.

Para honra de las letras españolas no callaré que la han reputado por apócrifa varios autores insignes, tales como el marqués de Mondejar, el sapientisimo Nicolás Antonio i otros escelentes críticos. Dice la carta así, traducida, segun quieren hacernos creer, en la lengua i en los tiempos de don Alonso VI.

En verdad, abrigaba la sospecha de que la carta que había tomado de entre los papeles del muerto, la cual la había guardado secretamente para , había sido escrita por este individuo, Paolo Melandrini.

Ahora bien; la señorita Dora, al recibir el anónimo, no se ha espantado ni ha intentado torturar a su prometido exigiéndole que se lo confiese todo. Ha releído la carta sin firma: «Su prometido tiene una querida, que vive en la calle Molitor, número 26, y que se gana la vida dando lecciones de arte industrial; se llama Julia Duval. Trátase de una buena muchacha, víctima de un impostor.

Su declaración, la última carta que le había dirigido la Condesa, pocas horas antes de su muerte, lo iban a explicar todo. No era general, sin embargo, esta confianza, y el mismo Ferpierre, después de su primer movimiento de estupor y de placer al recibir comunicación del telegrama, temía no poder salir aún de la duda.

Porque cada minuto que transcurría para él fuera de su casa, era un tormento para el cocinero mayor. Aturdido, no había meditado que necesitaba dar una disculpa á la madre abadesa, por aquella carta que la llevaba del padre Aliaga. Montiño no sabía lo que aquella carta decía; iba á obscuras. Esto le confundía, le asustaba, le hacía sudar.

Y antes que se me olvide.... Buscó en el bolsillo interior de su levitón, y fue sacando un pañuelo muy planchado y doblado, un Semanario chico, y por último una cartera de tafilete negro, cerrada con elástico, de la cual extrajo una carta que entregó al marqués.

Se sentó á su mesa y escribió á su primo la más amable de las esquelas invitándole á venir á pasar la tarde con ella. Apenas había salido la doncella para llevarla, llegó una carta de Roussel anunciando á Clementina que un negocio imprevisto le obligaba á ausentarse por algunos días.

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