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Actualizado: 12 de octubre de 2025


Contestó Lisarda a aquella segunda carta, siempre con el nombre de mi madre, suplicando a don Baltasar no la diese más músicas, que escandalizarían sin duda alguna a la vecindad, y que era mejor, por lo que a su recato convenía, fuese a hablar con ella, ya muy vencida la noche, por una reja oscura, escondida bajo unos soportales que a una callejuela excusada daban.

Manifestábase sorprendida de su repentina e inopinada declaración. ¿Qué mosca le había picado al cabo de cuatro años de ausencia? Sus padres, que antes que ella habían abierto la carta, estaban igualmente sorprendidos: opinaban que era un paso irreflexivo, propio de los pocos años, un capricho del momento, del cual ya estaría probablemente arrepentido. Ella compartía enteramente esta opinión.

Ya os he dicho que me la ha quitado... ¿Pero quién era ese hombre que os la quitó? Sudó Montiño, se le puso la boca amarga, se estremeció todo, porque había llegado el momento de pronunciar una mentira peligrosa. El hombre que... me quitó vuestra carta, señora dijo con acento misterioso , era... era... un alguacil del Santo Oficio. ¡Un alguacil! , señora.

He vacilado mucho antes de verte continuó . Temía tu cólera; estaba segura que en el primer momento te dejarías arrastrar por tu carácter, y me daba miedo la entrevista... Te he espiado desde que supe que estabas en Barcelona; he aguardado cerca de tu casa; muchas veces te he visto á la puerta de un café y he tomado la pluma para escribirte; pero temí que no acudieras al conocer mi letra, ó que despreciaras una carta de otra mano... Esta mañana, en la Rambla, no pude contenerme por más tiempo, y te envié á esa mujer, y he pasado unas horas crueles sospechando que no vendrías... Al fin te veo, y nada me importan tus violencias... ¡Gracias, muchas gracias por haber venido!

El famoso Lingendes dice en una carta suya de España, dirigida á la señorita de Mayenne: «Os remito el soneto de Lope, que, por su fama y según mi propio juicio, es el ingenio más distinguido y el hombre á quien yo he oído hablar mejor en toda EspañaLettre du Sieur Lingendes escritte de l'Escurial á mademoiselle de Mayenne: París, 1612.

Había perdido en el club cuatro mil nacionales, y se me puso que con un billete de veinte, que fuera suyo y hubiera usted tocado, haría saltar la banca... y la hice saltar, tía, asómbrese... para saltar yo, después, porque ofuscado, puse cuanto había ganado a una carta, y lo perdí... ¡Ah! tiíta, el juego es así... Aquí tiene usted mi proceso hecho; la sentencia usted la ha pronunciado: si no pago mañana los treinta mil nacionales a don Raimundo, caerá la deshonra sobre mi nombre... y deshonrado, arruinado, alejado de Susana para siempre, sin ilusiones, sin esperanzas, sin porvenir... ¿qué voy a hacer? me pregunta usted; ¡hacerme justicia, tía, y acabar!

La carta de sor Ana, parecía decir la última palabra sobre la suerte de la Condesa. Lo que engañó a la justicia fue que cuando yo la maté se hallaba verdaderamente decidida a darse la muerte. Voy a decir a usted cómo la maté... Vérod temblaba como sacudido por la fiebre. Voy a referir a usted mi infamia: éste será el principio del castigo. Nunca conocí lo que valía.

Yo le debía esa carta desde Sevilla; pero como en Peleches se va el tiempo por la posta... ¡Qué cabeza la mía!... En fin, ya no tiene remedio: le contestaré aquí de palabra; y... ¡quién sabe si así saldremos ganando los dos? ¿No es verdad, papá?

Pues que quieras o no quieras dijo Venturita retrocediendo de espalda hacia la puerta, me casaré. Doña Paula quiso castigar la insolencia; pero la niña salió precipitadamente, sujetó la puerta, y entreabriéndola después, dijo con acento rabioso: ¡Me casaré! ¡me casaré! ¡me casaré! Al día siguiente, Gonzalo recibió una carta de ella, que decía: «Ayer hablé con mamá. Se ha enfadado mucho.

Colón por su mano dió testimonio del uso de la aguja perfeccionada en el Mediterráneo en la carta fechada en la isla Española en Enero de 1495 que dirigió á los Reyes y cuyo texto nos ha conservado el P. Las Casas . I, cap.

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