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Actualizado: 10 de julio de 2025


Al frente se ostentaban como dos gigantes el soberbio nevado del Eiger, al S., redondo en su base, y al N.-E. el Mettenberg, teniendo en medio, en la parte baja, la nevera inferior de Grindelwald, que descendía hasta el fondo del valle, y en la parte superior los nevados Viescherhorner, cerrando el horizonte como una fortaleza colosal de cristal ó de plata.

Caragòl consiguió igual éxito entre los cuarenta y cinco hombres que se fueron posesionando de las máquinas y los ranchos de proa. Llegaban vestidos de marineros de la flota, con amplio cuello azul y una gorra rematada por un pompón rojo. Algunos ostentaban en el pecho medallas militares y la reciente Cruz de Guerra.

Otros encapuchados ostentaban en las manos largas trompetas adornadas con paños verdes de flecos de oro. Llevábanse las boquillas de los instrumentos a un agujero de sus antifaces, y un trompeteo desgarrador, un toque de suplicio, cortaba el silencio. Pero este rugido espeluznante no despertaba eco alguno en las almas haciéndolas pensar en la muerte.

Otros olivos tenían el corazón roído, vaciado; sostenían simplemente la mitad de su coraza de corteza, como una torre partida por una explosión; pero en lo alto ostentaban su inverosímil cabellera vegetal, unos puñados de hojas plateadas á lo largo de las ramas sinuosas y negras.

Unos carruajes ostentaban redondeles blancos con el centro cortado por la cruz roja; otros tenían como marca letras y cifras que sólo podían entender los iniciados en los secretos de la administración militar.

Luego, haciendo un esfuerzo, concentraba su atención, y oía a Febrer que le hablaba de grandes y lejanas ciudades, de desfiles de coches lujosos, con mujeres que ostentaban las últimas modas, de escalinatas de teatros por donde descendían cascadas de brillantes, plumas y hombros desnudos, esforzándose él por colocarse al nivel del pensamiento de la muchacha, por halagarla con estas descripciones de gloria femenil.

Yo les pego a todos contestaba Martín, como si esto fuera una razón. ...En la primavera, el camino próximo al río era una delicia. Las hojas nuevas de las hayas comenzaban a verdear, el helecho lanzaba al aire sus enroscados tallos, los manzanos y los perales de las huertas ostentaban sus copas nevadas por la flor y se oían los cantos de las malvices y de los ruiseñores en las enramadas.

Tronaban los cañones de los navíos fondeados en la bahía; y entre el blanco humo las mil banderas semejaban fantásticas bandadas de pájaros de colores arremolinándose en torno a los mástiles. Los militares y marinos en tierra ostentaban plumachos en sus sombreros, cintas y veneras en sus pechos, orgullo y júbilo en los semblantes.

Ostentaban a todos sus lastimosas desdichas y obligando a repararse por la mayor su miseria, aún no merecía la conmiseración de ninguno y como habla San Jerónimo foragidos de su patria, solo la podían entrar con su llanto: pero aún esto no de balde, pues hasta el llorar las ruínas fatales de su Ciudad, lo habían de pagar a buen precio; para que, los que habían comprado ingratos la sangre de su verdadero Mesías, hubieran de comprar infelices aún sus lágrimas.

Luego todos los portugueses, eclesiásticos y seculares, que entonces residían en Roma. Luego los parientes del Embajador, todos en caballos que ostentaban ricos jaeces. Eran los jinetes más de sesenta hidalgos, que lucían sedas y encajes, collares y cadenas de oro y de piedras preciosas, y en los sombreros, cubiertos de perlas, airosas y blancas plumas.

Palabra del Dia

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