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Actualizado: 7 de mayo de 2025


Su carrera era tan rápida, que inútilmente trataba el señorito de alcanzarla con la bota; de repente Nucha se adelantó, y con voz entre grave y medrosa repitió ingenuamente lo que había dicho mil veces en su niñez: ¡San Jorge... para la araña! El feo insecto se detuvo a la entrada de la zona de sombra: la bota cayó sobre él.

Pues si no ha de estar en Madrid más que unos cuantos días, y no tiene horas extraordinarias de acostarse y levantarse, no hay inconveniente en que V. le ponga una cama en el gabinete... Pero cuidado... ¡sin ejemplar!... Descuide V., señorito, no volveré a molestarle con estas embajadas. Lo hago únicamente porque D. Ramón no vaya a parar a otra casa.

En la imprenta todo anda como siempre... Como no sea por lo del cura... ¿Qué dices de imprenta? ¿Qué imprenta es esa? ¡Toma! ¿Cuál ha de ser? La nuestra, es decir, la del señor Millán. ¿De modo que el señorito trabaja también en la imprenta? Como que es el primer corretor y le dan deciocho riales, y eso que no va más que por las noches. ¿No lo sabía Vd.?

¡Eh! gritó la Renca . , la Pinta, que este señorito te convida. La Pinta, ruborizada, se excusó. La Piernavieja insistió en balde. Y eso de la Pinta, ¿es mote? pregunté. Quia; es su verdadero nombre. Se llama así, Angustias Pinto. También es capricho conservar la filiación natural en este negocio. Es una simple que no sirve pal caso.

Efectivamente, el señorito se durmió otra vez, sin pensar en ello, así que la criada cerró tras la puerta. Su sueño no era tan sosegado como antes.

Criminal más perverso que los asesinos y ladrones era, según él, el señorito seductor de doncella pobre, que le hacía creer que se iba a casar con ella, y después la dejaba plantada en medio del arroyo con su chiquillo o con las vísperas. ¿Por cuánto haría esto él, Maximiliano Rubín?... El tal Juanito Santa Cruz era, pues, el hombre más infame, más execrable y vil que se podía imaginar.

Zarandilla entró en la sala apresuradamente, como si quisiera hablar al aperador, pero se detuvo. Afuera, junto a la puerta, sonaba la voz del señorito con tono irritado. ¡Estando él allí no había más aperador, ni más gobierno del cortijo, que su persona!... ¡A obedecer, cegato!... Y el viejo volvió a salir con tanto apresuramiento como había entrado, sin decir una palabra al aperador.

Siempre alerta, el señorito estudiaba el tono y acento con que nombraban a Rita.

iii Esta última queja puso al señorito de Santa Cruz un tanto pensativo y desconcertado. No desconocía él la situación poco airosa en que estaba ante Jacinta, cuya grandeza moral se elevaba ante sus ojos para darle la medida de su pequeñez.

Cuando el señorito Gabriel quedó sin mamá de pequeñito, lo cuidó con una formalidad que tenía la gracia del mundo, porque ella no era mucho mayor que él. Una madre no hiciera más. De día, de noche, siempre con el chiquillo en brazos. Le llamaba su hijo: dicen que era un sainete ver aquello. Parece que el peso del chiquillo la rindió y por eso quedó más delicada de salud que las otras.

Palabra del Dia

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