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Actualizado: 17 de julio de 2025


17 Lo demás de los hechos de Manasés, y todas las cosas que hizo, y su pecado que cometió, ¿no está todo escrito en el libro de las crónicas de los reyes de Judá? 18 Y durmió Manasés con sus padres, y fue sepultado en el huerto de su casa, en el huerto de Uza; y reinó en su lugar Amón su hijo.

Y todas las semanas, descalza, con los zapatos en la mano, subía la penosa cuesta, ella que en su huerto apenas podía moverse de la silla y necesitaba que el marido la arrease para cuidar la casa. El ermitaño se aproximó a la enferma, tomando una pieza de cobre que llevaba en la mano. Quería unos gozos como siempre, ¿eh? ¡Visanteta, uns gochos! gritó el rústico asomando a la puerta.

Y estas cartas, garrapateadas por la sangrienta zarpa de aquel bruto, acabaron por obsesionarle, por obligarle a marchar al distrito. Había que verles después de la paella, hablando en un rincón del huerto; el diputado, obsequioso y amable. Bolsón, cejijunto y malhumorado.

Créeme, hijo: cuanta menos carga de antojos se saque de esta vida, más andadero se encuentra el camino de la otra. Hay quien jalla la mina cavando en un rincón de su huerto, y hay quien no da con ella revolviendo la tierra de media cristiandad.

¡Vete, vete, o te abofeteo!... Jamás vuelvas aquí. Y para dar más fuerza a estas palabras cuando Rafael, humillado y sucio, salió del huerto, Leonora cerró tras él la verja de madera con tan brutal ímpetu, que casi hizo saltar los barrotes. Doña Bernarda mostrábase contenta de su Rafael.

Su plan estaba formado. Esperaría hasta fines de año, vendería el huerto de Alcira, y don Antonio le haría traspaso de la tienda por unos cuantos miles de duros. El afortunado bolsista seguía abominando de la tienda y del mezquino comercio al por menor; no era difícil alcanzar la cesión de Las Tres Rosas por lo que el joven quisiera darle. ¡Valiente cosa le importaba a él mil duros más o menos!

Señor marqués..., ¿quiere que tomemos un poco el aire? Está la noche muy buena.... Nos pasearemos por el huerto.... Y para sus adentros pensaba: «En el huerto le digo que me voy también.... No se ha hecho para esta vida, ni esta casa». Salieron al huerto. Oíase el cuarrear de las ranas en el estanque, pero ni una hoja de los árboles se movía, tal estaba la noche de serena.

Y Juan, no atreviéndose a nombrar a su tío, dejó de proponer soluciones. Lo del huerto no lo consiento.... Pero no llore usted, mamá.... No llore.... ¡Qué demonio! Para todo hay remedio en este mundo. ¡Si no se gastase tanto en esta casa...! No se enfade usted, mamá.

A la fecha del relato, Cornias, sin dejar de ser plaza de a bordo, continuaba siendo obrero de la botica y sus accesorias; y lo mismo empuñaba la maza del mortero para moler cantárida, con la boca y las narices tapadas con un pañuelo, o a cara descubierta crémor o mostaza, y el mango de la azadilla para arropar la belladona, el estramonio y la cicuta que cultivaba el boticario en su huerto, que envergaba la mayor o encapillaba un obenque.

En aquel Madrid estaba el señorito, el hijo de los amos, con el cual había jugado muchas veces siendo niña, y de cuya presencia huyó avergonzada el verano anterior, cuando hecho un arrogante mozo visitó el huerto. ¡Pícaros recuerdos!

Palabra del Dia

godella

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