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Actualizado: 17 de octubre de 2025
Alegróse de llegar al término de su viaje por aquel día, y mucho más cuando al rodear las tapias de un huerto descubrió á Simón y Tristán, sentados muy sosegadamente sobre un árbol caído. Ninguno de ellos notó su presencia porque dedicaban toda su atención á la partida de dados que tenían empeñada.
Sí; ya sé todo lo que va a decirme; el decoro de la familia, la necesidad de sostener el buen nombre, la conveniencia de colocar bien a las niñas.... La verdad es que se necesitan tres mil duros, y que no se adquieren en unos cuantos días economizando. Lo del huerto no lo consiento, lo vuelvo a repetir.... Pero en fin, para que usted no esté triste, le prometo encargarme del asunto.
Para los ojos, todo era paz en el huerto conventual; para el oído, la querellosa algarabía de los gorriones vespertinos. Belarmino se sentaba al pie de las tapias y contemplaba las praderas, de velludo amarillento, que vahaban un aliento tenue y opalino. También él tenía un alma rasa y suave de pradera, esfumada en neblina.
No es eso; pero dice que el hombre es libre, y nosotros no lo creemos: escribimos contra él libracos que no lee; y apénas si nos ha oido mentar, puesto que nos acaba de condenar, como un propietario que manda extirpar las orugas de su huerto.
Aconsejado por él, realizaba el señor Cuadros sus magníficos negocios; y Juanito, a no ser por su deseo de verse dueño de Las Tres Rosas, hubiese vendido el huerto, poniendo toda su fortuna en manos de don Ramón.
Cierta vez descubrió un puntillo movedizo, un cuerpecito minúsculo que atravesaba el huerto, subía los escalones del torreón, y se asomaba luego a las troneras. Era ella seguramente. El no había querido volver a la casa de don Alonso, y se había jurado olvidar a Beatriz para siempre.
Sírveme de fundamento para creerlo un pasaje de la poesía El Huerto deshecho, en que dice haber visitado, sable en mano, á los orgullosos portugueses en la isla Tercera , lo cual ocurrió en 1852 ó 1853.
Que habia un huerto destinado sin duda al recreo de la magestad, lo prueban dos documentos del Rey D. Martin, dado el uno en Valencia á 7 de marzo de 1403, y el otro en Segorve á 14 de Julio del mismo año, y autorizados por Nicolás de Campelles que entonces regentaba la cancillería.
Cuando los rayos del sol naciente le despertaron por la mañana en el vagón, lo primero que vio, antes de abrir los ojos, fue un huerto de naranjos, la orilla del Júcar y una casa pintada de azul, la misma que asomaba ahora, a lo lejos, entre las redondas copas de follaje, allá en la ribera del río. ¡Cuántas veces la había visto en los últimos meses con los ojos de la imaginación!...
Dos o tres pájaros gorjearon en el huerto; el rumor de la presa del molino se hizo menos profundo y sollozante.
Palabra del Dia
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