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Actualizado: 17 de octubre de 2025
5 Y cumplidos estos días, hizo el rey banquete por siete días en el patio del huerto del palacio real a todo el pueblo, desde el mayor hasta el menor que se halló en Susa capital del reino. 9 Asimismo la reina Vasti hizo banquete de mujeres, en la casa real del rey Asuero.
La puerta estaba cerrada. Al través de un balcón entreabierto veíase un pedazo de seda azul ligeramente curvado: la espalda de una mujer. Los pasos de Rafael hicieron ladrar a un perro en el fondo del huerto; huyeron cacareando las gallinas que picoteaban en un extremo de la plazoleta y cesó la música, oyéndose el arrastrar de una silla, como si alguien se pusiera en pie.
Al fin, volví en mí: medité... y cerré el postigo con la misma llave con que le había abierto Margarita, que había quedado puesta en la cerradura; atravesé lentamente el huerto, entré en la casa y puse la llave del postigo en la espetera de la cocina, de donde sin duda la había tomado Margarita. Y todo esto lo hice estremecido, procurando, como un ladrón, que no me sintiesen.
Don Paco no quiso salir a despedirnos, porque estaba traspasado de dolor, al ver según dijo después cómo en una semana se torciera, al soplo de las malas compañías, el derecho arbolito criado con tanto esmero en el apacible huerto de sus lecciones. Las dos señoritas salieron a las ventanas, y nos despedían agitando los mismos pañuelos con que secaban sus lágrimas.
Además, todos los lunes, que es el día que corresponde a la Oración en el Huerto, sudaba a imitación de Nuestro Señor, tanta sangre de toda su piel, que era preciso mudarla dos o tres túnicas al día. Al hablar de aquellas cosas, las voces temblaban de modo extraño y los semblantes más recios se ablandaban y palidecían como oreados por un soplo divinal.
Pero me he reservado una cosa: continuar aquí el cultivo del huerto, al que estaba acostumbrada en nuestra casa, y quedarme con lo que produzca. El empleo de ese dinero es cuenta mía.
Salía de ella tan pronto como despertaba y abandonaba la ciudad, que le parecía una cárcel. Al campo; y en el campo la casa azul donde ella vivía. ¡Con qué impaciencia esperaba la llegada de la tarde, la hora en que por una tácita costumbre, que ninguno de los dos marcó, podía él entrar en el huerto y encontrarla en su banco bajo las palmeras!... No podía vivir así.
Y no se veía otra cosa. Por la dirección de la luz y otras señales bien fáciles de estimar, di por seguro que aquella fachada de la casa miraba al Sur, y que por el lastral que bajaba a mi izquierda, es decir, al Este, entre la pared del huerto y el monte de aquel lado desde un alto desfiladero que se veía algo lejano, había venido yo la noche antes.
Ya alcanzaba á contemplar su huerto, ya se reía del miedo pasado, cuando vió saltar del bancal de cáñamo al propio Barret, y le pareció un enorme demonio, con la cara roja, los brazos extendidos, impidiéndole toda fuga, acorralándolo en el borde de la acequia que corría paralela al camino.
Viró la barca, y por entre el dédalo de árboles sumergidos, fue poco a poco deslizándose hacia la luz. Chocaron con varios obstáculos, cercas tal vez de huerto, tapias arruinadas y sumergidas, y la luz iba agrandándose; era ya un gran cuadro rojizo en el que se agitaban negras siluetas. Marcaba sobre las aguas una mancha dorada e inquieta.
Palabra del Dia
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