Vietnam or Thailand ? Vote for the TOP Country of the Week !

Actualizado: 21 de junio de 2025


El Comendador, á sus solas, no hacía más que pensar sobre su diálogo con Doña Blanca, y concebir los más encontrados pensamientos, aunque siempre poco gratos. Ya se le figuraba que dicha señora tenía un orgullo satánico, un genio infernal, y entonces se culpaba á mismo de no haberle robado á la hija; de haberla dejado en su poder para que la enloqueciera y la hiciera desgraciada.

Y en caso afirmativo, ¿disculpaba su resolución con la verdad? procediendo así, ¿qué hacia ella? ¿Le culpaba a él, o culpaba a su madre? ¿La mataban el dolor y la vergüenza, o se resignaba y vivía?

Sin embargo, la opinión general culpaba al marido, vividor poco edificante; y doña Rebeca, que solía dar limosna y llorar en la iglesia, y que vivía encerrada en su casa, pasaba por ser «una infeliz» un poco estrafalaria y algo tocada del mal de la locura. Andrés tenía mala fama; le temían los novios y los maridos, y era mirado con prevención en el valle.

Mientras pensaba en el marido abstracto todo iba bien; sabía ella que su deber era amarle, cuidarle, obedecerle; pero se presentaba el señor Quintanar con el lazo de la corbata de seda negra torcido, junto a una oreja; vivaracho, inquieto, lleno de pensamientos insignificantes, ocupado en cualquier cosa baladí, tomando con todo el calor natural lo más mezquino y digno de olvido, y ella sin poder remediarlo, y con más fuerza por causa del disimulo, sentía un rencor sordo, irracional, pero invencible por el momento, y culpaba al universo entero del absurdo de estar unida para siempre con semejante hombre.

¡Qué escándalo! doña Camila cogió a Anita por la garganta y por poco la ahoga. Después dijo un refrán desvergonzado en que se insultaba a su madre y a ella, según comprendió mucho más tarde, porque entonces no entendía aquellas palabras. Doña Camila culpaba al hombre que le daba besos, de las picardías de la niña. le has abierto los ojos con tus imprudencias.

Mucho cuidado con Magdalena me decía en medio de una angustia en la cual se destacaban perspicacias que me atormentaban. Después, enjugaba sus mejillas con rabia, y me culpaba de aquel exceso de invencible debilidad contra la cual se rebelaban los vigorosos instintos de su naturaleza. También tiene usted la culpa de que yo llore. Vea qué sereno está Oliverio.

Venía el señor del ganado; salían los pastores a recebirle con las pieles de la res muerta; culpaba a los pastores par negligentes, y mandaba castigar a los perros por perezosos; llovían sobre nosotros palos, y sobre ellos reprehensiones; y así, viéndome un día castigado sin culpa, y que mi cuidado, ligereza y braveza no eran de provecho para coger el lobo, determiné de mudar estilo, no desviándome a buscarle, como tenía de costumbre, lejos del rebaño, sino estarme junto a él; que pues el lobo allí venía allí sería más cierta la presa.

Don Braulio, por último, si se juzgaba víctima, no culpaba a la sociedad en su conjunto, ni a ningún individuo singularmente, sino suponía que todo emanaba, por manera fatal e inevitable, de la misma naturaleza de las cosas.

Su anhelo, aunque la llevase hasta el extremo más lastimoso para él, era, según él, fundado, y sobre fundado, involuntario, fatal, preciso. Don Braulio se culpaba a mismo, y no culpaba a doña Beatriz. ¿Por qué doña Beatriz le había amado? ¿Por qué se había casado con él?

Palabra del Dia

irrascible

Otros Mirando