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¡Hola! me dijo ahuecando mucho la voz para pronunciar. Son de un amigo mío. ¿? me respondió, ¡Bueno! ¡Muy bien! Y me echó una mirada de arriba abajo por ver si descubría en mi rostro que fuesen míos. ¡Gracias! repuse, y empezó a hojearlos. «Memoria sobre las aplicaciones del vapor». ¡Ah! esto es acerca del vapor, ¿eh? Vea usted... aquí falta una coma: en esto soy muy delicado.

En la sombra del Ministerio de Ultramar la esperaba un hombre que la detuvo un instante: diéronse las manos y siguieron juntos. «Hola, hola se dijo Maxi acechando , ¿belenes tenemos?». Y viéndoles ir por el callejón adelante, una idea o más bien sospecha encendió en él vivísima curiosidad.

Me pasa que me has engañado, que me prometiste hacerme servir á las órdenes de uno de los más grandes capitanes del reino y en su lugar buscas para capitán de la Guardia Blanca á ese alfeñique vestido de terciopelo, con sus ojillos llorosos y que por lo flaco y desmedrado parece no haber comido en tres días.... ¡Hola, con que ahí es donde te duele!

Hola, caballerito dijo el conde dirigiéndose al zorro, que colgaba de la espalda de Pedro. ¿Conque entretiene usted sus ocios engulléndose las gallinas del vecindario? ¿Y se figuraba usted que sus proezas no habían de tener fin jamás? Este Pedro dijo el cura es un buen muchacho... es un buen muchacho. Nos va despejando la comarca de alimañas.

Apenas nos distraemos un poquito con sus gorjeos, cuando nos dice la voz de cualquier fiscal municipal o jefe de sección: «¡Hola! ¿Versitos, eh? ¡Vaya una gana que tiene V. de perder el tiempo!» Y no es eso lo peor. Debajo del árbol no se disfruta tampoco la paz y sosiego necesarios.

Del hombro izquierdo del arquero pendía un ferreruelo blanco, con la roja cruz de San Jorge en su centro. ¡Hola! exclamó guiñando rápidamente los ojos, deslumbrados por la brillante luz del hogar y de las antorchas. ¡Buena lumbre, buena compañía y buena cerveza!

Y se acercó a él y le levantó por un brazo. Hola, compadre, ¿le sabe a usted muy dulce? ¿A que es más dulce este caramelo? El niño la miró con espanto y no llevó la mano al que la ofrecía. Hizo pucheritos y estuvo a punto de llorar. ¡Tontisimo! ¿Lloras porque te doy golosina? ¿Qué haces entonces cuando te azotan?

Al ver a su marido, sin volver la cabeza le preguntó: Hola: creí que habías salido ya. ¿Qué traes de nuevo? Gonzalo sacó del bolsillo el periódico, lo desdobló lentamente, y se lo presentó diciendo: Esto. ¿Y qué es esto? preguntó la joven con sorpresa. Un periódico. Ya lo veo... ¿Y qué? Trae una gacetilla muy interesante. Léela. Aquí, en la tercera plana, debajo de estos versos.

Allí estaba Villamelón, repantigado en una butaca, hablando misteriosamente con el ministro de la Gobernación. Lanzóse el niño a su padre, y echándole los brazos al cuello, le dio dos besos. ¡Hola, caballerito! exclamó Villamelón . ¿Ya de vuelta?... ¡Me alegro!...

Pero allí estaban en su casa, podían atracarse hasta el gañote con todo lo que iría viniendo, y nadie podría ir a contarle al vecino cómo se las arreglaban para hacer por la vida. Esto era la verdad; lo demás pamplinas, modas estúpidas y sufrir..... ¡Hola! Ya se presentaba la gallina del puchero. ¿Que quién la parte? Juanito mismo.